Pero crear expectación es un arma de doble filo. Baste recordar, sin ir más lejos, lo ocurrido con la anterior entrega, Quantum Of Solace (2008), decepcionante continuación del apasionante arco argumental abierto con tino por Martin Campbell en Casino Royale, una de las mejores de la saga.
En Skyfall, por primera vez, una película de 007 pasaba a manos de un autor, un cineasta con lenguaje propio con un Oscar en el curriculum, aspecto éste no relevante pero sí novedoso. Sam Mendes ha dado buenas muestras de que es capaz de sacar chispas a los repartos y alcanzar (casi) la perfección formal en títulos como la brutal American Beauty, la estéticamente impresionante Camino a la perdición (Road To Perdition) además de las estimables Jarheads o Revolutionary Road.
Pero si hay algo achacable al cine de Mendes es su frialdad. Aunque su filmografía desborda carga emocional, ésta no acaba de traspasar la pantalla, mantiene las distancias con el espectador, diluyendo el poso que deberían dejar las desgarradoras historias que nos había contado hasta ahora. Era previsible, por lo tanto, que con Sam Mendes en la dirección, James Bond afrontaría circunstancias personales trascendentales para el devenir del personaje. Todo ello sin perder de vista la esencia de lo que una película de 007 debe tener.
En un chat promocional, Mendes y Craig me respondieron a este respecto (el de cómo mantener la esencia de la saga) que "No creo que haya una respuesta sencilla, pero lleva muchísimo trabajo hacer algo que tiene un toque tradicional, que permanece, pero a la vez es moderno, buscando la originalidad. (Sam). En Skyfall intentamos mantener la esencia de Bond, pero de la manera menos obvia posible (Daniel).
Y, sin desvelar aspectos fundamentales de la historia, es hora de decir que misión cumplida. Skyfall no solo cierra magníficamente el camino emprendido en Casino Royale sino que coloca la barra a una altura difícilmente superable para el siguiente ocupante de la silla de director.
La balanza se inclina claramente hacia lo que funciona frente a lo que no. En el primer aspecto sobresale el guión de los habituales Neil Purvis, Robert Wade a los que hay que añadir a John Logan (Gladiator),que ya ha firmado por las dos siguientes, la bella, acertada, variada y espectacular fotografía del veterano Roger Deakins, sobresaliendo la secuencia que se desarrolla en un rascacielos de Shanghai, elegante, original, impresionante. La canción de Adele es, seguramente, de las más brillantes jamás compuestas para 007, acompañada de unos magistrales créditos que dan más pistas que nunca sobre el argumento. Una lástima que la correcta música de Thomas Newman no saque más provecho de ella en momentos clave. ¡Qué decir del reparto! Es difícil poder juntar a gente tan competente, cada uno en lo suyo. Dando por hecho que Judi Dench y Craig ya han hecho suyos sus respectivos personajes, consiguen dar forma a lo que hasta ahora era un esbozo. Inteligentemente, Javier Bardem ha sabido coger de aquí y de allí para dotar a su papel de villano de elementos distintivos con respecto a otros de la saga, sacando hasta la última gota de jugo a las contadas escenas en las que está en pantalla, de forma que Silva perdurará en el tiempo, ocupando la silla más cercana a la de Auric Goldfinger, Blofeld o Max Zorin (referente claro).
Skyfall cumple con el triple objetivo de entretener (a pesar de su metraje), dotar de una mayor tridimensionalidad a un personaje con 23 películas a la espalda y, lo que es mejor, dejándote con ganas de más gracias a un epílogo que hará las delicias de todos los que sentimos aprecio por James Bond que, afortunadamente, will return.
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