sábado, 18 de diciembre de 2010

Grandes miniaturas

Paseando por las empedradas y estrechas callejuelas del viejo Lyón te transportas con mucha facilidad, en un día con poco bullicio, a un pasado de mosqueteros, guillotinas, grandes pelucas y caras espolvoreadas. Allí, muy cerca de la catedral de San Juan, se encuentra un edificio del siglo XVI con fachada en tonos salmón que da a un patio abierto. De pronto, en una de las entradas laterales, veo a C3PO en una urna de cristal. ¿Qué es esto? me pregunto. No apetece dejar de andar cuando la temperatura tiene un menos delante. Me acerco y veo en el escaparate, por así decirlo, unas extraordinarias miniaturas, dioramas de un restaurante y de una habitación que no resisto a fotografiar con el móvil. El nivel de detalle es exquisito, realzado por una cuidada y eficaz iluminación. Se trataba del Museo de Miniaturas y Decorados cinematográficos. Allí que entro.La tienda del museo ya posee, a modo de gancho, varios objetos que invitan a pagar los 7 euros con los que acceder a toda la colección. Había una cabeza gigante de Gizmo, utilizada para los primeros planos de Gremlins 2, uno de los autómatas de Yo Robot (I Robot) o una armadura de guardia pretoriano usada en Gladiator. No podían haber elegido mejor ubicación para la espeluznante exposición del atrezzo usado en El Perfume (The Perfume) la más que estimable película de Tom Tykwer sobre la archiconocida novela de Patrick Süskind. Está en el sótano, una gruta de piedra en la que los cientos de botes de cristal, alambiques y estanterías de madera encajan como un guante. Los decoradores de la película, cuando desmontaron los sets (el rodaje de interiores tuvo lugar en Munich) los trasladaron hasta Lyón y allí volvieron a colocarlo todo. El olor a perfume de rosas y la banda sonora de la película crean la atmósfera perfecta. Ya en la planta primera está el rococó despacho del perfumista Baldini (Dustin Hoffman) o su perfumería al completo (ver foto). Una colección de muebles y toda clase de objetos que te ponen a pensar acerca de la cantidad de horas a las que se dedica un montón de peña para que todo quede realista hasta el más mínimo detalle, algo que siempre pasa a un cuarto plano porque tus neuronas están a otra cosa cuando ves la película, principalmente al argumento.

La primera planta también alberga la parte friki. Desde máscaras de El planeta de los simios (Planet of the Apes) o 300, pasando por trajes de soldados vistos en Troya (Troy) o una cabeza de Arnie/Terminator. Me hizo particular ilusión encontrarme con la cápsula en la que Ripley escapa de la nave Nostromo en Alien y  la que aparece en los primeros minutos de Aliens, con la misteriosa música de James Horner de fondo. Más grande de lo que me imaginaba y llena de detalles. En otra vitrina estaba Dud Bolt, uno de los alienígenas participantes en la carrera de vainas de La amenaza fantasma (The Phantom Menace). ¿Cómo se han hecho con él? Ni idea. Y yo que creía que el tío George no regalaba ni la hora. Seguramente no se ha enterado.

Tras este apasionante inicio, el resto de la exposición ya no era lo mismo, a pesar de lo espectacular de la mayoría de las maquetas. Si el alma mater del museo, Dan Ohlmann, se dedicara al cine hubiera llegado a lo más alto. La perfección es total. El único pero es que los lugares no son reconocibles (ver foto)para el visitante medio. Si en lugar del restaurante Maxim, por poner un ejemplo, hiciera la ópera de París o el salón de los espejos de Versalles, su labor sería más trascendente. En fín, que la visita ha merecido la pena. Una grata sorpresa en la ciudad de los hermanos Lumiere. De ellos hablaré otro día.

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