miércoles, 31 de agosto de 2011

Pitufaré, pitufarás

Todavía suelo hacer sonar mi vieja cinta del Padre Abraham en el país de los pitufos, esas criaturas azules porque no tienen viento sur y que tocan una tonada con una flauta encantada. Ese fue mi primer contacto con la creación de Peyo. Por eso de ser hijo único, me compraron todos los cómics que salieron, a cada cual mejor y que aún conservo. Quiero decir con todo esto que son personajillos por los que siento mucha simpatía.

Era de esperar su adaptación a la gran pantalla puesto que nunca han desaparecido del todo. Sí lo han hecho en esencia ya que los pitufos maquineros y demás merchandising no dejan de ser productos bastardos.

La película de Raja Gosnell, antiguo editor de Chris Columbus y de producciones del llorado y anhelado John Hughes, fracasa al tratar a los niños como estúpidos y simplones, recurriendo más de la cuenta a los gags físicos de trompazos, lo menos interesante de la saga Solo en casa y otras películas en las que Gosnell participó.

Visualmente, el inicio logra acercarnos (más en la versión en 3D) al universo de Peyo mediante vuelos por encima del pueblo pitufo y una introducción frenética de buena parte de los personajes. Por eso de que era necesario su triunfo en USA, la acción la trasladan a Nueva York, prácticamente a los mismos escenarios de Solo en casa 2.  Tampoco convence la versión de Gárgamel, demasiado caricaturizado por un exagerado Hank Azaria, más cercano a cualquier bruja mala de un cuentacuentos callejero que a un villano memorable, por muy infantil que este sea. Los niños de ahora ven las películas de Pixar, Phineas y Ferb o Bob Esponja. Se puede y se debe exigir más.

El éxito en taquilla producirá secuelas o precuelas. No pierdo la esperanza de ver algo en condiciones porque el material está ahí. Es cuestión de dar con las personas apropiadas que no la pitufen.

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