El sueco Alfredson ha trasladado a una producción internacional su visión nórdica de la vida para acercarnos el siempre interesante universo de John Le Carré, contando con una lista de alumnos aventajados del último cine británico, encabezados por Gary Oldman.
Admito que siempre he sentido cierto rechazo hacia este actor desde que le descubrí en El clan de los irlandeses (State Of Grace, 1990) o el Drácula de Coppola. Luego llegaron la muy recomendable León, el profesional o El quinto elemento, ambas de Luc Bessón. Su histrionismo me provocaba contínuos movimientos cuasi espasmódicos en la butaca del cine.Vamos, insoportable.
Precisamente, apoyado en una estética gélida, tanto en los tonos como en la climatología, Alfredson nunca tira por el camino fácil y siempre busca la complicidad del espectador, al que exige una actitud activa a pesar de llevar éste décadas acostumbrado al espionaje vertiginoso, de tecnología punta y muy, muy masticado. Muy al contrario, aquí se hace uso de aparatos que hoy resultan obsoletos y se recrea una forma de ejercer el espionaje en las antípodas de James Bond. Pupitres, papeles, teléfonos pinchados y, sobre todo, el no fiarse ni de tu sombra.
Que Colin Firth (reciente oscar por El discurso del rey), Ciarán Hinds, Tobey Jones, Mark Strong o el omnipresente John Hurt, hayan decidido participar en este proyecto no hace sino corroborar que El topo es una de esas películas necesarias que, muy de vez en cuando, nos recuerdan que el cerebro, como el corazón, hay que ejercitarlo.
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