jueves, 12 de enero de 2012

Western sobre asfalto

Créditos fucsia con letra tipo Mystic sobre música electrónica de sonido retro insertadas en planos nocturnos aéreos de Los Angeles, esa mastodóntica autopista con casas, como bien la describió no sé quién.

La vibrante y primorosamente rodada secuencia inicial de Drive (una persecución nocturna) es toda una declaración de intenciones sobre lo que nos espera: un nostálgico regreso a un tipo de cine olvidado que bebe de muchas fuentes aunque, personalmente, la sombra más alargada de todas es la de Michael Mann.



Nicolas Winding Refn ha sabido describir la estética urbana de Heat y, sobre todo, de Collateral añadiendo bastantes elementos del cine de Tony Scott, particularmente Amor a quemarropa (True Romance). Eso sí, Refn dota de personalidad propia al conjunto mediante un montaje y unos encuadres en los que no observamos los manidos planos cámara al hombro sino, muy al contrario, panorámicas que fluyen como una coreografía milimetrada, acentuada por los hetéreos acordes del score compuesto por Cliff Martinez, muy en la línea de Sexo, Mentiras y cintas de vídeo (Sex, Lies And Videotapes). Una forma de rodar que nos permite recrearnos en los planos, sin que éstos sean de ninguna manera pretenciosos, o en el rostro perfecto de Carey Mulligan que parece que siempre está a punto de llorar.

Todo ello, con un guión de Hossein Amini que, como la vida misma, no escatima en recortes en los diálogos. El protagonista, Ryan Gosling, podría ser un perfecto alter ego de Robert de Niro. Pocas palabras, frases cortas y economía gestual. No nos explican ni de dónde viene su personaje ni por qué hace lo que hace. Da igual. Su chamarra, salida de cualquier bolera, y el escorpión cosido en ella nos dan suficientes pistas. Incluso mencionan en un momento de la película la historia del escorpión y el sapo. Para qué decir más.

Secundarios como Bryan Cranston, un recuperado Albert Brooks y la irrepetible fisonomía de Ron Perlman no hacen sino dar solidez al proyecto con sus caracterizaciones de perdedores y de mafiosos acomplejados.

No puede ser casualidad que en un mismo año coincidan dos títulos tan dispares y, al mismo tiempo, tan
cercanos como Drive y The Artist. En definitiva, una reivindicación de la esencia de la narración cinematográfica en la que una imagen valía, y vale, más que mil palabras.

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