jueves, 28 de julio de 2011

Good Bye, Harry Potter

A lo grande. Sólo de esta manera podía finalizar esta saga cinematográfica, la más rentable de la historia. La primera parte de las dos en las que se dividió la novela de J.K Rowling, con escasas escenas de pura acción, mucho diálogo y desarrollo de personajes propio de otra clase de películas, unicamente podía justificarse si el epílogo iba a ser un tour de force repleto de pirotecnia, hechizos, respuestas y, por supuesto, el anticipadísimo encuentro final entre Harry Potter y Lord Voldemort. De todo eso hay en Las reliquias de la muerte Parte 2 (Harry Potter and the Deathly Hallows: Part 2) aunque, como en toda la serie, sales del cine con sensaciones contrapuestas.

Algunas secuencias quitan el sentío, flipantes en 3D, pero, ocurre frecuentemente en cualquier historia con infinitos personajes a los que dar su final, se crea un barullo muy chungo de seguir. No deja de ser rutinario, del montón, un dejá vu, el esperado cara a cara. ¿Y para esto tanto rollo?, te preguntas.

Siempre que hable de estas 8 películas diré lo mismo: es el ejemplo perfecto de lo que siempre ha funcionado, a nivel técnico ojo. Presupuesto de Hollywood pero rodado por profesionales europeos, británicos concretamente. Si tengo que destacar algo por encima de todas las cosas es la inmejorable factura de todas y cada una de las partes, de la primera a la última. Por eso, antes que cualquier otro nombre, quiero poner en lo más alto del podio a Stuart Craig. Después de dar muestras sobradas de su talentazo en Superman, Un puente lejano, Gandhi, La misión, Chaplin, Las amistades peligrosas o Memphis Belle, se embarcó en un proyecto que le ha ocupado los últimos diez años de su vida y que le coloca a la altura de grandes directores artísticos británicos como Ken Adam o Peter Lamont, ya retirados. La traslación a imágenes de todo el universo de J.K Rowling, dotándole de ese look tan intemporal y al mismo tiempo contemporáneo, sin perder de vista la función de uniformizar la estética de la saga a lo largo de todas sus entregas, ha tenido que suponer un esfuerzo digno de varios oscars, BAFTAs o cualquier otro premio imaginable. Pura coherencia estética, a pesar del oscurecimiento progresivo de las tramas y la madurez de sus protagonistas principales.

Luego están los responsables de uno de los repartos más completos y complejos que recuerde. Además del trío Harry, Ermione y Ron, había que encontrar al resto de compañeros de clase, profesores, familias, villanos y un largo etcétera. El resultado no podía ser mejor. Si tengo que elegir, me quedo con las aportaciones de Alan Rickman y Ralph Fiennes. Los papeles oscuros siguen siendo más agradecidos y los matices de Severus Snape (Rickman) son de lo mejor de toda la saga.

En cuanto a los guiones, es de justicia admitir que Steve Kloves no lo ha tenido nada fácil y ha acabado con nota sus adaptaciones literarias, casi imposibles en los últimos títulos, mucho más largos y de los que había que quitar abundante material, quedarse con la esencia argumental, que el espectador no se pierda y con acción suficiente para que no se duerma. Suerte para él que con el último libro le han dado cuatro horas largas en lugar de dos. Y se nota. Los problemas de la trama en La orden del fénix, El cáliz de fuego o El príncipe mestizo han pasado a un segundo plano. Eso sí, es del género bobo engancharse a las aventuras o, mejor dicho, desventuras de Harry Potter en el tramo final. Quien haya visto Las reliquias de la muerte o sus inmediatas predecesoras no se habrá enterado de nada, pero no por culpa de las películas. Empezar por el final casi nunca es recomendable aunque este se siga con bastante facilidad, salvo en su primera media hora, incomprensible para no iniciados.

Probablemente, David Yates, el director de las cuatro últimas entregas, ha salido muy curtido de esta experiencia, que le habilita para embarcarse en proyectos de gran presupuesto donde su control artístico es limitado. Uno más de tantos cineastas de encargo cuya personalidad cuesta encontrar entre tanto productor con derecho a opinar, siete en esta película y Rowling una de ellas.

Me quedo con el granito de arena aportado por Alfonso Cuarón en El prisionero de Azkabán, tercer capítulo y punto de inflexión con respecto a los rodados por Chris Columbus. El giro al infierno que supo dar a la trama sentó las bases del desarrollo del resto de la serie, apoyado por la iconmensurable banda sonora de John Williams, cuyos temas para Harry Potter han sido bien aprovechados por Alexandre Desplat en esta espectacular traca final. Las ganancias son tantas que dudo mucho que entierren el filón. Como con Drácula, cualquier conjuro bien apañado será capaz de devolver a la vida al que no se puede nombrar. Me juego mi Nimbus.

No hay comentarios:

Publicar un comentario