lunes, 11 de julio de 2011

Michael Bay no se transforma

Recuerdo muy bien el buen sabor de boca que me dejó Dos policías rebeldes (Bad Boys,1995) al salir del cine. No me esperaba nada del otro jueves y si fui a verla era porque suponía el regreso a los blockbuster palomiteros de Don Simpson y Jerry Bruckheimer (productores de Superdetective en Hollywood, Flashdance o Top Gun) tras abandonar la Paramount rumbo a Disney. El director de aquel divertimento era un tal Michael Bay, procedente (como tantos de aquella época) del mundo del video clip, cuna de las últimas tendencias creativas y paranoias de chavales con delirios de grandeza.


De la mano de Simpson y Bruckheimer (hasta que el primero estiró la pata en una de sus famosas "fiestas") llegaron  La Roca (The Rock, 1996), en la que descubrí o, mejor dicho, sufrí su peculiar estilo de montaje anfetamínico, principalmente en la mareante persecución por las calles de la muy cinematográfica San Francisco, Armageddon (1998) o como alargar hasta el aburrimiento una película que arranca bien pero que acaba cayendo, uno por uno, en todos los tópicos imaginables, Pearl Harbor (2001), de la que se salva su magnífica hora central pero que, por eso de intentar emular a James Cameron y su Titanic (hasta se rodó parte en los mismos estudios de Baja California) o de mezclar Tora!,Tora!,Tora!(1970) con De aquí a la eternidad (1953) introduce un ñoño, estúpido y poco creíble triángulo amoroso en un ejercicio de megalomanía del que recuerdo la cara que puso Josh Hartnett cuando le pedí comparar los estilos de Bay y de Ridley Scott, con quien había rodado Black Hawk Derribado. Un gesto valió más que mil palabras.

Después de la bofetada en la taquilla, Bruckheimer le diría algo así como "baja del Olimpo, chaval" y no le quedó más remedio que rodar la secuela de Dos policías rebeldes (2003) que, ahora sí, daba con creces lo que el público esperaba de ella, con alguna secuencia más que espectacular.

Ya sin Bruckheimer, Michael Bay fue a resguardarse de la lluvia a otro paraguas, el de su ídolo Steven Spielberg, es decir, Dreamworks, donde rodó la interesante pero olvidable La isla (The Island, 2005). Como los yankis dieron la espalda (y bien) a la película, Michael Bay tuvo que aceptar a regañadientes el siguiente proyecto que le ofreció el mismísimo Spielberg: adaptar a la gran pantalla las luchas titánicas recreadas en millones de habitaciones de críos americanos entre Decepticons y Autobots. El resultado, la entretenidísima y espectacular Transformers (2007). Aquí la cosa salió muy bien, visualmente tenía todos los alicientes ( tanto las animaciones de ILM como las curvas de Megan Fox) y Hasbro multiplicó sus ventas de juguetes. Había filón.

Bay siempre se escuda en que la huelga de guionistas obligó a comenzar el rodaje de Transformes:la venganza de los caídos (2009) con solo 14 páginas de guión escritas. Muchas me parecen. Creo que pocas veces he visto algo tan vacío, superficial e inconexo que esa película. Y menos mal que la sufrí en una sala IMAX. Aburrida hasta decir basta.

Lo curioso ( a lo mejor debería mirármelo) es que, a pesar de todo lo que he escrito, fui a ver Transformes: el lado oscuro de la luna, entre otras cosas, porque peor no podía ser. Estaba en lo cierto. Primer cambio fundamental, el despido fulminante de Megan Fox (el propio Spielberg la mandó a la calle cuando se enteró que la niña había comparado a Bay con Hitler) y su sustitución por otra muñeca de apellido impronunciable pero que se puede copiar y pegar: Rosie Huntington-Whiteley. Muy mona, la verdad.
El comienzo es bueno, con ese homenaje estético e histórico a la tripulación del Apollo 11 y el afortunado hallazgo narrativo de lo que estos hicieron durante el apagón de señal de la retransmisión y del verdadero motivo del alunizaje. Todo muy Armageddon, muy Michael Bay y con las 3D funcionando.

Lo malo es que, a partir de ahí, todo se vuelve repetitivo. Me pregunto si los diálogos los escribe Michael Bay en persona. Son muy sospechosos los lugares comunes que se visitan en toda su filmografía: chistes fáciles, todo el mundo habla a mil por hora, mucho "todos juntos podemos", "sabía que podía confiar en tí", "jamás nos rendiremos""vamooooooooos". Frases con barras y estrellas de fondo, música reciclada zimmeriana y el inevitable plano de varios indivíduos caminando a cámara lenta con pinta de hechos polvo. Poco importa si resulta inverosimil cómo es posible que los protagonistas humanos salgan ilesos de un rascacielos que se parte en mil pedazos con ellos dentro, por mencionar solo una.

Sigue siendo muy larga, a ratos pesada y tremendamente pretenciosa. Eso sí, al cesar lo que es del cesar. Ha sabido, en la mayoría de las ocasiones, sacar buen provecho de la filmación en 3D y algunas secuencias resultan vistosas. Ahora bien, mi gag favorito tiene lugar en la grandiosa empresa del villano (esquemático y poco creíble papel para Patrick Dempsey) que en realidad es el Milwaukee Art Museum diseñado por Santiago Calatrava. Cuando Shia Labeouf entra con su chica y alaba la arquitectura, Dempsey responde: "no creas, tiene goteras". Vamos, como si conocieran la obra del valenciano al dedillo. Me parto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario