sábado, 29 de octubre de 2011

Tintín Jones

Spielberg ha repetido hasta la saciedad que su primer contacto con Tintín fue a través de una crítica francesa sobre En busca del arca perdida (Raiders Of The Lost Ark,1981) en la que se aludía constantemente a las similitudes entre Indiana Jones y el reportero del tupé y su fox terrier. Poco después contactó con Hergé, quien le confesó que era admirador suyo y que él sería el único director capaz de hacer justicia a Tintín en el cine.

Aquella frase, obviamente, se la tomó como una misión vital, más aún cuando el encuentro cara a cara nunca llegó a tener lugar ya que George Remí, el nombre real de Hergé, falleció unos días antes de su cita con Spielberg. Han pasado casi treinta años desde entonces. Él supera los sesenta y yo he llegado a los cuarenta. Seguimos teniendo la ilusión, parte de la inocencia pero, evidentemente, no somos las mismas personas.

Está claro que la tecnología ha tenido que avanzar lo suficiente para que, finalmente, se decidiera que la forma en la que se podía hacer justicia a Tintín y, por extensión, a su autor, era a través de la conocida como performance capture, iniciada por Robert Zemeckis en títulos como Polar Express o Beowulf (con resultados discretos) y perfeccionada por los profesionales de Weta Digital (trilogía El Señor de los anillos) en Avatar. Precisamente, la película de Cameron resultó decisiva para que Spielberg se decantara por Tintín como su siguiente proyecto como director después de la cuarta entrega de Indiana Jones (vuelven a converger sus nombres) y para que Peter Jackson se embarcara en el proyecto como productor y como director de la secuela. Inicialmente, está prevista una trilogía.

Adoro Tintín, aunque reconozco que los títulos elegidos para esta primera entrega (El cangrejo de las pinzas de oro, El secreto del Unicornio y El tesoro de Rackham el Rojo) no están entre mis favoritos. Yo hubiera optado por El cetro de Ottockar o La isla negra (ambos aludidos visualmente en la película) o, si era necesaria una aventura doble, la compuesta por Los cigarros del faraón y El loto azul, en la que Tintín viaja a China (Shanghai en plena invasión japonesa, una época ya abordada por Spielberg en El imperio del sol) ,y a Egipto y en la que no está acompañado del capitán Haddock. Seguramente, prescindir de él era un riesgo que no han querido correr. Cuestionable pero comprensible. Quiero decir que la capacidad de sorpresa con la que me he enfrentado a la película está muy limitada por mi conocimiento de las historias. La cuestión era no tanto qué va a pasar sino cómo me lo iba a contar Spielberg. Handicap considerable.

Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio empieza magistralmente, con unos créditos, poco habituales en Spielberg, en la línea (estilística y musical) de Atrápame si puedes (Catch Me If You Can), que suponen todo un ejercicio de agudeza visual sobre los títulos de la colección tintiniana a los que hace referencia u homenaje más o menos evidente.

La primera secuencia, magnífica como concepto, está protagonizada por el mismo Hergé quien, rodeado por varios retratos de sus aventuras (entre ellos los omitidos hermanos Bird) dibuja en un mercadillo callejero, con su característico estilo, a un  joven que resulta ser Tintín. De un plumazo, Spielberg sitúa al espectador en SU universo, dejando a Hergé el suyo. ¿Son el mismo? Claramente no. La técnica de línea clara fue en su día lo que hoy es la performance capture, es decir, novedosa. Cualquier intento de aprovechar la tecnología actual para trasladar de la página impresa a la gran pantalla de forma escrupulosa la obra de Hergé hubiera funcionado solo durante los primeros cinco minutos. Aquí, nos enfrentamos a un mundo tridimensional lleno de detalles, texturas, luces y sombras, poblado por seres hergianos que parecen actores con máscaras de látex, tal y como Warren Beatty ambientó su particular e infravalorada visión de los cómics de Dick Tracy.

Luego, comenzamos a habitar lugares comunes con la saga de Indiana Jones. No solo por el trepidante ritmo o la soberbia música del (casi) siempre inspiradísimo John Williams sino porque Tintín (Jamie Bell), en esta primera aventura cinematográfica, quiere encontrar un tesoro escondido. Para ello debe encontrar las pistas que le lleven a él, a poder ser, antes que otros individuos con aviesas intenciones encabezados por un tal Sacarine (Daniel Craig), el cambio más radical con respecto a las historias originales. Por el camino, se encontrará con el alcoholizado capitán Haddock (Andy Serkis) y juntos acabarán en una ficticia ciudad de Marruecos. ¿Existen parecidos con En busca del arca perdida? Bastantes, pero eso ya lo sabíamos.

Dice Spielberg que no se lo había pasado tan bien rodando una película desde E.T. Me lo creo. Le han regalado un juguete nuevo para hacer con él lo que quisiera. Y vaya si lo a hecho. Lo que no era posible rodar con personajes de carne y hueso, bien por presupuesto o por seguridad, lo ha incorporado a Tintín. Desde espectaculares persecuciones a un halcón en plano secuencia por las estrechas calles de una ciudad marroquí hasta una huida en hidroavión en mitad de una tormenta, pasando por la recreación de un combate de piratas en alta mar. Por primera vez, se ha adentrado como director en el terreno de la animación, en el de la edición digital, en suma, en otro mundo para él. Seguro que lo ha gozado, y nosotros también.


Que dos cineastas como Steven Spielberg y Peter Jackson unan sus talentos y sus reputaciones para sacar adelante la transformación de los míticos cómics del belga más internacional (con permiso de Poirot) da una idea de la trascendencia de la obra de Hergé a través de los años, cautivando a diferentes generaciones de todos los rincones del planeta. A buen seguro, al otro del Atlántico, estas aventuras de Tintín marcarán un antes y un después en la venta de ejemplares en EE.UU

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