viernes, 4 de mayo de 2012

Hambre de éxito

Parece ser, dicen, se comenta que la trilogía de novelas de Suzanne Collins, Los juegos del hambre, posee un magnético encanto para todo aquel que se zambulle en sus páginas. Un fenómeno literario comparable a la saga Crepúsculo o, en menor medida, a Harry Potter. A lo mejor es verdad. No lo dudo. De hecho, solo por conseguir que las nuevas generaciones sigan leyendo libros (o e-books), imaginando mundos fantásticos, identificándose con tal o cual héroe, en definitiva, descubriendo el relato mítico y gozando con él, bienvenida sea esta o cualquier otra saga.

El éxito incontestable de las adaptaciones de las sagas anteriormente citadas, despertó en los grandes estudios el hambre insaciable de derechos de adaptación al cine de todas las series literarias fantásticas habidas y por haber. Pero no es oro todo lo que reluce. Las crónicas de Narnia va a menos entrega tras entrega y otras fueron directamente fracasos, como La brújula dorada, Eragon o Percy Jackson. Aunque, siendo rigurosos, estas dos últimas eran menos ambiciosas en su propuesta.

Cuesta mucho sentarte en la butaca a ver una película como Los juegos del hambre (The Hunger Games) con la mente limpia. Que si 300 millones de dólares recaudados en USA en pocas semanas, que si lo mejor del año, bla, bla, bla. A estas alturas, tanto marketing viral, crónicas compradas o eruditos hablando aquí y allá me despiertan la mayor de las perezas.

Para empezar, no es para tanto. El veterano Gary Ross (guionista de Big), director de esa joyita llamada Pleasantville, ha hecho un ejercicio de buen gusto a la hora de trasladar a imágenes lo que a buen seguro es mucho más digerible en papel, pero, como ya han afirmado en infinidad de foros, no puedo dejar de pensar a lo largo de toda la película en otro título cuya huella persiste en mi subconsciente. La infinitamente más perturbadora Battle Royale (Kinji Fukasaku,2000).

A pesar de todo, resulta reconfortante que la chavalería tenga como referente cultural a un personaje como Katniss Everdeen (interpretada con la intensidad requerida por Jennifer Lawrence), un ejemplo de valores como la constancia, lealtad o integridad un tanto diluidos en buena parte de nuestra sociedad, cuya peor versión está reflejada aquí en la cosmopolita población de la capital de Panem, país que surgió de las cenizas de norteamérica y cuyo líder es el carismático Donald Sutherland.

La trama, llena de referencias a la mitología griega, gira entorno a un grupo de chavales de cada uno de los 12 distritos de Panem que son elegidos anualmente para participar en los Juegos del Hambre, un reality televisado en el que solo puede quedar uno en un combate a muerte.

Es obvio que nos encontramos ante un material con más chicha que la media, aborda temas como la libertad, el sometimiento, la codicia o el todo vale por un punto de audiencia. Otra cosa es la forma. Quizás la necesidad de un ritmo suficiente, coherencia en el relato y la inserción de las necesarias escenas de acción, hayan pesado demasiado a la hora de dibujar con trazo fino las entrañas de la historia, que las tiene. Es por esto que la película deja un sabor agridulce cercano al "más de lo mismo".

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