sábado, 27 de noviembre de 2010

El otro Samuel Bronston

He tardado algún tiempo en hablar de la muerte de Dino de Laurentiis. No hay ninguna razón especial para ello. Siempre he sentido cierta empatía por aquellos productores al viejo estilo. Capaces de levantar proyectos, no necesariamente buenos, con o sin el apoyo de un gran estudio hollywoodiense. Más aún cuando estas películas son costosas superproducciones.

De Laurentiis tiene de todo en su más que dilatada filmografía. Hay más bodrios que obras maestras pero quiero destacar sobre todo a la persona. Ya no quedan productores cinéfilos como él. O casi. Los O'Seltznick, Zanuck, Warner o Ponti eran una estirpe sólo comparable en la actualidad con los hermanos Weinstein. Aunque sean, por lo que dicen, unos capullos insoportables.

De Dino de Laurentiis destacaría La Strada, Serpico, Barbarella, Manhattan Sur (Year of the Dragon), su versión de Motín a bordo (The Bounty) o la más reciente U-571, una pequeña joyita bélica aunque tiene varias estimables en este género.

Reconozco que tengo especial simpatía a su ultra kitch  (por no decir hortera) versión de Flash Gordon, con la banda sonora de Queen (Flashhh!!!! Aaaaaaaa!!) o el impagable Max Von Sydow como Ming.
Otras, como las dos partes de Conan, King Kong o Dune, no me dicen nada. Hannibal y El dragón rojo (Red Dragon) eran productos muy dignos, más el primero (el de Ridley Scott) que el segundo. Ahora, no me resisto a mencionar que Dino de Laurentiis también produjo Guerra y paz (War and Peace), su primera gran producción hollywoodiense con Henry Fonda, Audrey Hepburn y Mel Ferrer y, en la bolsa de las olvidables, aquel intento fallido de repetir el éxito de Instinto Básico llamado El cuerpo del delito (Body of Evidence), con Madonna y Willem Dafoe.

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