martes, 24 de abril de 2012

El blanco y el negro


Ocurre de ciento en viento. Una película alcanza la gloria en la taquilla y el aplauso casi unánime de la sesuda e intelectualmente superior (al menos eso creen) crítica especializada. Que me vengan ahora a la memoria reciente, Cinema Paradiso, La vida es bella (La Vita e Bella), Full Monty, Amelie, o Little Miss Sunshine. Suelen tener en común que su presupuesto es escaso y las historias son dramas humanos, desde el confinamiento de un padre y su hijo en un campo de concentración nazi, fórmulas de subsistencia para un grupo de parados o una familia con todos sus miembros fatal de lo suyo que recorre medio país para que la pequeña de la casa pueda presentarse a un concurso infantil de mises.

Nada para partirse de risa, sí, pero la comedia está presente en todas ellas hasta el punto de que sales del cine diciendo que lo has pasado en grande, recordando gags memorables. Caso similar se dio en España con Los lunes al sol y, en menor medida, con Tapas.

Intocable (Intouchables) es una de esas películas. Sus protagonistas son un aristócrata tetraplégico (François Cluzet) y un lenguaraz parado negro en situación de exclusión social (magnífico Omar Sy) que entra a trabajar para él como cuidador y que acaba ganándose la amistad de su empleador y la complicidad del respetable.

Son muchos los estrenos que nos llegan precedidos de su éxito en las taquillas francesas pero, salvo Amelie y alguna otra, pasan sin pena ni gloria u obtienen resultados discretos. El caso que nos ocupa es distinto. Más de 300 millones de dólares recaudados y todavía no se ha estrenado en USA de manos de los hermanos Weinstein, dotados de un olfato privilegiado para esta clase de historias. Como la cerveza, donde va triunfa. No me extraña.

Seleccionada con buen criterio para la clausura del último Festival de San Sebastián, Intocable es lo que se llama una película redonda, que no perfecta. Olivier Nakache y Eric Toledano han dirigido su propio guión con precisión quirúrgica. El arranque es eficaz, con brío, necesario para engancharte a base de un chute de velocidad y que presenta de forma hábil a los dos protagonistas. Luego, el desarrollo bordea con milimetrado buen gusto y escenas desternillantes temas tan poco agradables como la exclusión social de las etnias minoritarias o la dependencia. Sin duda, el oropel que rodea al impedido Philippe, hace digerible para el espectador medio su insoportable realidad. A nadie se le escapa que no es lo mismo ser dependiente con posibles que sin ellos.

Lógicamente, a quien tenga (o haya tenido) a alguien cercano en circunstancias similares no le hará ninguna gracia más de un gag. O sí. Habría que preguntárselo. El caso es que yo me lo pasé francamente bien y, a pesar de pillar más de un truco, no exagero al afirmar que estamos ante una de las películas más importantes que se han estrenado en lustros.
Elliot Ness ya no está solo en el reducido grupo de “intocables”.