Ocurre de ciento en viento. Una
película alcanza la gloria en la taquilla y el aplauso casi unánime de la
sesuda e intelectualmente superior (al menos eso creen) crítica especializada.
Que me vengan ahora a la memoria reciente, Cinema Paradiso, La vida es bella (La Vita e Bella), Full Monty, Amelie, o Little Miss
Sunshine. Suelen tener en común que su presupuesto es escaso y las
historias son dramas humanos, desde el confinamiento de un padre y su hijo en
un campo de concentración nazi, fórmulas de subsistencia para un grupo de
parados o una familia con todos sus miembros fatal de lo suyo que recorre medio
país para que la pequeña de la casa pueda presentarse a un concurso infantil de
mises.
Nada para partirse de risa, sí,
pero la comedia está presente en todas ellas hasta el punto de que sales del
cine diciendo que lo has pasado en grande, recordando gags memorables. Caso
similar se dio en España con Los lunes al
sol y, en menor medida, con Tapas.
Intocable (Intouchables) es una de esas películas. Sus
protagonistas son un aristócrata tetraplégico (François Cluzet) y un lenguaraz
parado negro en situación de exclusión social (magnífico Omar Sy) que entra a
trabajar para él como cuidador y que acaba ganándose la amistad de su empleador
y la complicidad del respetable.
Son muchos los estrenos que nos
llegan precedidos de su éxito en las taquillas francesas pero, salvo Amelie y alguna otra, pasan sin pena ni
gloria u obtienen resultados discretos. El caso que nos ocupa es distinto. Más
de 300 millones de dólares recaudados y todavía no se ha estrenado en USA de
manos de los hermanos Weinstein, dotados de un olfato privilegiado para esta
clase de historias. Como la cerveza, donde va triunfa. No me extraña.
Seleccionada con buen criterio
para la clausura del último Festival de San Sebastián, Intocable es lo que se llama una película redonda, que no perfecta.
Olivier Nakache y Eric Toledano han dirigido su propio guión con precisión
quirúrgica. El arranque es eficaz, con brío, necesario para engancharte a base
de un chute de velocidad y que presenta de forma hábil a los dos protagonistas.
Luego, el desarrollo bordea con milimetrado buen gusto y escenas
desternillantes temas tan poco agradables como la exclusión social de las
etnias minoritarias o la dependencia. Sin duda, el oropel que rodea al impedido
Philippe, hace digerible para el espectador medio su insoportable realidad. A
nadie se le escapa que no es lo mismo ser dependiente con posibles que sin
ellos.
Lógicamente, a quien tenga (o
haya tenido) a alguien cercano en circunstancias similares no le hará ninguna
gracia más de un gag. O sí. Habría que preguntárselo. El caso es que yo me lo
pasé francamente bien y, a pesar de pillar más de un truco, no exagero al
afirmar que estamos ante una de las películas más importantes que se han
estrenado en lustros.
Elliot Ness ya no está solo en el
reducido grupo de “intocables”.