jueves, 30 de agosto de 2012

Un buen plato de alubias

No sé a ti, pero a mí, de vez en cuando, me apetecen alubias. Bueno, no es que me apetezcan, es que quiero comer alubias, mato por unas alubias. Pero las de verdad, las de toda la vida, hechas en puchero y con toda la chacinería: tocino, morcilla,costilla, chorizo (aunque no me guste). Y me quedo más ancho que largo.

Es evidente que suena mucho más cool decir que lo que me llena gastronómicamente es una emulsión con no sé qué de qué sé yo que me descubra nuevos sabores, al alcance de los paladares más exquisitos, ir más allá del filete, del huevo frito, que me hagan sentir como si estuviera en un anuncio de desodorante Fá, en el nirvana o en San-Gri-Lah. Por supuesto, faltaría más. ¿A quién no le gustaría eso?

Pero ayer quería alubias y cuando uno quiere alubias auténticas, sé dónde encontrarlas. Fue en Los mercenarios 2 (The Expendables 2). Me apetecía serie B macarra, diálogos delirantes, tiros, explosiones, sangre, humor geriátrico y ver juntos en la gran pantalla a (casi) todos los action heros de mi cada vez más lejana adolescencia (en edad se entiende). ¿De qué va la película? ¿Acaso importa?.

Simon West (Con Air, La hija del general), que sustituye a Stallone en la dirección ha dotado de un ritmo frenético a un conjunto de set pieces y escenas de diálogo en plan quién la tiene más grande, donde cada uno tiene su momento de lucimiento, aunque la aparición de Chuck Norris o el tiroteo en el aeropuerto merecen mención especial.

Con un indisimulado espíritu autoparódico, discurso facha sin complejos, frases ocurrentes que funcionan en inglés (I declare you man and knife o Rest in pieces!), Los mercenarios 2 no va de nada, ni lo pretende. Solo da al espectador lo que busca, ni más ni menos. Como un buen plato de alubias, no es lo más sano, ni lo más recomendable pero, de vez en cuando, sienta de puta madre.

Trascendencia intrascendente

Ridley Scott siempre visualiza su próxima película con una imagen, un boceto. Uno solo. Desconozco cual ha sido el que imaginó para Prometheus pero es indudable que ha ido a por todas. Otra cosa es el resultado final.

A muchos que seguimos su carrera desde la magnífica Los duelistas (The Duelists) nos deja la boca abierta su capacidad casi infinita de crear secuencias apabullantes, de esas en las que el bicho cinéfilo que llevamos dentro patalea de puro placer, como aquella primera vez en la que, sin ser plenamente consciente, una película pasa a ser "algo más" que un par de horas entretenidas en una sala oscura.

La primera hora de Prometheus, vista en 3D en pantalla gigante, es un festival para los ojos, un alarde tecnológico pero siempre al servicio de la narración, acompañando al relato. El planteamiento de la misión, la presentación de los personajes y la llegada al planeta donde se puede encontrar el origen del ser humano, la respuesta a las grandes preguntas existenciales, me provocó en más de una ocasión ese placentero hormigueo o escalofrío que llamamos emoción. El diseño de producción es de matrícula de honor incluso sin ser totalmente original, ya que bebe en su justa medida de la enferma imaginación de H.R. Giger.

Ridley Scott y compañía se han empeñado en subrayar que Prometheus no es una precuela al uso, que no habla de Alien y sus secuelas, que es otra cosa. Cierto en parte, porque Scott también dijo durante la preparación del rodaje que la película giraría entorno a la figura del navegante que halla la tripulación del Nostromo en Alien, el octavo pasajero ¿quién es?¿cual es su historia?. Prometheus se adentra, a veces descaradamente, en los lugares comunes conocidos de las tres primeras entregas de la saga aunque da la sensación de que han puesto mucho empeño en disimularlo.

El problemamayor que yo he visto en la credibilidad que transmite el reparto. Aunque lejos del empaque de Sigourney Weaver, reconozco el mérito de Noomi Rapace a la hora de dotar a su Elizabeth Shaw de la intensidad requerida (sobre todo en la espeluznante secuencia de la auto-cirugía), a pesar de los esfuerzos en el guión en presentarla en las antípodas de la mítica teniente Ripley. Dificilmente me puede generar rechazo el personaje de Michael Fassbender, David, un androide obsesionado con Lawrence de Arabia, MI película, pero sale perdiendo frente a la gélida representación biónica de Ian Holm.

Charlize Theron me provoca toda clase de sensaciones positivas pero no me creo nada su personaje, y no es algo achacable a ella, sino al guión. Lo mismo le ocurre a Guy Pierce ¿no había otra forma de caracterizarlo como el anciano Peter Weyland? La tripulación del Prometheus dista mucho de la del Nostromo, asemejándose más a la versión bastarda de los marines espaciales de James Cameron (ojo, adoro Aliens).

El problema de esta película es el mismo que el de tantas otras de Ridley Scott. Te vas desinflando conforme avanza el metraje hasta dejarte decepcionado como poco. El último tercio recurre a tópicos narrativos, atajos tramposos para atar cabos sueltos siendo la última secuencia (que no voy a desvelar) un pegote digno del serial más barato. Lamentable epílogo para una más que notable película.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Sobre Tony Scott

Tras unas semanas inactivo, creo que es conveniente retomar el saludable hábito de teclear con un obituario de Tony Scott. Uno más.

No hace mucho, al terminar de ver Imparable (Unstopable,2010) me dije: "vaya partido que ha sacado a una premisa argumental de risa". No era la primera vez, pero sí la última.

A lo largo de la historia del cine han existido y existirán cineastas cuya obra fluye, como el agua de un río. Sin embargo, otras (obras) quedan embalsadas para su contemplación más o menos recurrente. La mayoría de las películas de Tony Scott pertenecen al primer grupo. Son de las que salías del cine con la sensación de que te habían devuelto el precio de la entrada y poco más. Pero, mirando por el retrovisor, veo que Tony tenía un oficio que rallaba la perfección y un estilo que ha creado escuela a pesar de que siempre aceptó deportivamente verse eclipsado por su hermano, con quien compartía largas charlas sobre cine y otras cosas.


Si hay algo que caracterizaba su imagen pública era una raída visera roja que aparece en casi la totalidad de fotografías suyas detrás de la cámara. Ridley me contó que, hace algunos años,mientras Tony estaba sentado charlando con el productor Jerry Bruckheimer, uno de sus perros, un pastor alemán, le arrancó la visera y la hizo pedazos. Bruckheimer mandó fabricar varias réplicas (me dijo la cifra exacta pero no la recuerdo), que son las que ha llevado desde entonces.

Cuento esto porque no se puede explicar la filmografía de Tony Scott sin Bruckheimer al tiempo que, reconozcámoslo, muchas de las películas parecían copias de sí mismas, particularmente en la última época.

Fueron Don Simpson y Jerry Bruckheimer quienes le dieron la oportunidad, bien aprovechada, en Top Gun (1986), un icono de la época Reagan que muchos se empeñan en reivindicar, no sé muy bien por qué. Con ellos hizo también un año después la secuela de Superdetective en Hollywood 2 (Beverly Hills Cop II), con la que me sigo riendo.

Bajo el mismo paraguas llegó la muy flojita Dias de trueno (Days of Thunder,1990). La siguiente década fue la mejor. Probablemente, la presencia de Gene Hackman en plena forma haga que adore Marea roja (Crimson Tide, 1995) y me lo pase en grande con Enemigo Público( Public Enemy,1998) aunque, a mi juicio, la quintaesencia del savoir faire de Tony Scott se encuentre en El fuego de la venganza (Man on Fire, 2004) su película más redonda.

Seguramente, Denzel Washington será quien (profesionalmente) le eche más de menos. Yo también. Tony Scott hacía tan bien lo que hacía que nadie (yo tampoco) supo valorarlo. No sé qué tenía en la cabeza para tirarse desde un puente. Quizás algún día nos enteremos, pero nunca he visto tanta información publicada sobre él ni tantos elogios como ahora. Triste. Muy triste.