jueves, 20 de diciembre de 2012

Perfeccionismo aburrido

Antes de ver la primera entrega del regreso a la Tierra Media de Peter Jackson y buena parte del equipo responsable de la magna trilogía de El señor de los anillos (Lord Of The Rings), El Hobbit: un viaje inesperado (The Hobbit: An Unexpected Journey), me hice tres preguntas:

1. ¿Qué se siente al ver una película a 48 fotogramas por segundo y en 3D, también conocido como High Frame Rate (HFR)?
2. ¿Cómo se alarga hasta las tres horas los escasos, en sustancia, primeros capítulos de El Hobbit?
3. ¿Hasta qué punto Peter Jackson ha abordado este proyecto con la misma pasión y entusiasmo que El señor de los anillos?

Vayamos por partes.

1. Ya desde la aparición de los primeros fotogramas te das cuenta de que estás ante algo nuevo, nunca visto, flipante. Por explicarlo en pocas palabras, como disfrutar una película en Bluray comparada con la definición DVD. El nivel de detalle impresiona, una nitidez impensable en una pantalla de cine. Y eso que yo tengo que ponerme dos pares de gafas. Es de justicia reconocer el esfuerzo tecnológico llevado a cabo para dar al público nuevas razones para volver a las salas de cine. También admito que es la primera gran producción rodada en este formato, como El cantor de Jazz (The Jazz Singer) de los 48 fotogramas por segundo. Ciertos movimientos de cámara siguen provocando mareos. Personalmente, estoy seguro de que el debate está abierto, con bandos irreconciliables claramente enfrentados. Muchos (Scorsese entre ellos) que se resistían numantínamente a pasarse al digital han preferido dejarse llevar por la corriente. Otros como Tarantino prefieren abandonar la dirección y centrarse en proyectos televisivos antes de verse obligado a rodar con ceros y unos en lugar de con celuloide. ¿Puro fetichismo? Seguramente. ¿Comprensible? Categóricamente sí. 48 fotogramas por segundo es otra cosa. ¿Mejor? Siendo opinable, para mí, a día de hoy, no. Llegará el día en que existirá un filtro para dar el "aspecto cine" como el de "película rallada" o "sepia". Pero se volverá a rodar en cine. Seguro. Como con el vinilo, su regreso es cuestión de tiempo.

2. Cualquiera que posea las ediciones impresas de las novelas de Tolkien forzosamente se tiene que plantear: ¿Cómo se las van a arreglar para sacar tres películas de un libro no particularmente extenso? Respuesta obvia, ya contrastada: alargaaaaando la trama. Peter Jackson tenía en contra que su visión del universo tolkiano ya era conocido por la mayoría. Es por ello que la expectación era máxima cuando se supo que, inicialmente, Guillermo del Toro se iba a hacer cargo del proyecto. Era de esperar una revisión, como la que Picasso hizo con Las meninas o, por acercarme más a lo que nos ocupa, con el cambio de rumbo que Alfonso Cuarón imprimió a la saga de Harry Potter sin destruir lo establecido por Chris Columbus. Una oportunidad perdida. Sí, es cierto, hace ilusión regresar a la Comarca o a Rivendell, que lucen como nunca, reencontrarse con personajes ausentes del texto pero que dan continuidad a la saga como Elrond, Galadriel, Saruman o Frodo, pero su inserción forzada ralentiza un relato ya de por sí denso. Y luego está el factor sorpresa, aquí inexistente.

3. Precisamente, la anunciada intención inicial de Peter Jackson de no dirigir El Hobbit no hace sino confirmar, una vez vista la película, que era una sabia decisión. Ya nada es lo mismo. Es como retomar una relación, que en su día viviste apasionadamente, casi diez años después. Inevitablemente, aparece la rutina, el aburrimiento. Esa es la sensación que me deja Un viaje inesperado. Incidiendo en los errores cometidos en King Kong, Jackson nos ofrece un interminable espectáculo, orquestado primorosamente, escenas que solo producciones de este calibre pueden ofrecer (magnífico prólogo o la estupenda secuencia con Gollum), ambientación exquisita, efectos visuales merecedores de todos los premios, con un Martin Freeman que se hace con el personaje de Bilbo desde el primer momento, y unos enanos que son un manual de caracterización, al igual que orcos o goblins (con homenaje a Jabba incluido). Pero, cuando se encienden las luces, estoy aburrido, empachado y... ¡solo he terminado el primer plato!. Faltan el segundo y el postre. ¡Bufff!

martes, 11 de diciembre de 2012

Sentido y sensibilidad

De cuando en cuando, una película te hace recordar las razones por las que amo el cine, por las que me gustaría dedicarle mi tiempo más allá de la butaca en la sala oscura. Ojo, que no siempre tiene que ser una buena película, ni esas razones universalmente compartidas. Son las mías. Punto. La vida de Pi (Life Of Pi) forma parte de esa lista tan particular.

La novela homónima de Yann Martel llevaba tiempo acumulando polvo en mi librería, repleta de títulos que me llegan gratis gracias a un proveedor familiar (y que espero leer algún día), cuando supe que Ang Lee iba a adaptarla a la gran pantalla, en 3D, y con presupuesto holgado de la Fox. Conociendo la apasionante premisa argumental y sus evidentes dificultades, tanto a nivel de guión como tecnológicas, a la hora de transformar en imágenes las palabras de Martel, mi curiosidad inicial fue trasformándose en ganas, pero que muchas ganas, de verla.




Entrevisté a Ang Lee con motivo de la presentación de Tigre y dragón.  Me encontré a un tipo menudo al que te costaba imaginar cabreado. Te transmitía, al mismo tiempo, seguridad absoluta y paz interior, cualidades indispensables para poder encarar esta película con unas mínimas garantías de éxito.


El inicio desconcierta. Tras unos créditos en los que, paulatinamente, vas entrando en el universo tridimensional que Lee ha creado para la película, bellos, al ritmo pausado de una canción de cuna interpretada en lengua tamil por Bombay Jayashri, pasamos a un planteamiento de la historia que me recordaba en sus formas al estilo de Jean Pierre Jeunet en Amelie, con postales espectaculares y coloristas, narración infantiloide  y flashbacks sincopados. Por un momento pensaba que, en lugar de La vida de Pi, estaba viendo La vida de Pooh. Estaba equivocado. Muy equivocado. Todo tenía su razón de ser, una explicación.

Cuando el tedio amenaza seriamente mis dominios, a base de conversaciones alrededor de credos, fés, y dioses varios, la familia Patel y sus animales se embarcan en un arca de Noé particular rumbo a Canadá. A partir de ese momento, todo cambia. El diseño, planificación y ejecución del hundimiento del barco es magistral. Cada plano, cada sonido y las tres dimensiones queriéndose reivindicar. No hacia falta. Quedaba el resto de película para comprobar que, en las manos adecuadas, esta tecnología tiene muchas sorpresas agradables por ofrecer. Experiencias únicas. Esto es solo el principio.

A partir de que tenemos a Pi (espléndido Suraj Sharma), una cebra, una hiena, una orangután y, por supuesto, a Richard Parker en el bote salvavidas, Ang Lee transforma la pantalla en un lienzo en el que sacar  el máximo provecho artístico a la tecnología puesta en sus manos. En ningún momento eres capaz de discernir si el tigre que estás viendo es real o digital, ni falta que hace. Se nota que, más que crear, se ha recreado en sus personajes y la historia ideada por Yann Martel. Un relato que, por su trasfondo religioso, puede irritar a más de un ateo que con solo oír mentar a Dios, Alá o Shiba se retuerce en la butaca. Incluso ellos, si la han visto en 3D, tendrán que reconocer que han asistido a una de las experiencias cinematográficas más agradables de su vida.

Reconforta saber que en Hollywood todavía existen ejecutivos capaces de dar luz verde a un proyecto de más de 100 millones de dólares sin estrellas como protagonistas (Depardieu tiene un cameo)que ni es una secuela, ni lo protagoniza un héroe de cómic. Tan solo un joven hindú, un tigre, un bote salvavidas y el mar. Ahí queda eso.








miércoles, 28 de noviembre de 2012

Ben y sus argonautas

Todos, en mayor o menor medida, tenemos en nuestra materia gris un backup de vivencias y experiencias en forma de miles de imágenes de nitidez variable, captadas desde el protector refugio uterino hasta este mismo momento. Algunas son tamaño carnet, otras de dimensiones descomunales, muchas de ellas incompletas.

Entre las que conservo con mayor claridad de mi infancia, desarrollada en buena parte bajo baños de rayos catódicos, están las de un grupo de encolerizados energúmenos (y energúmenas) en lo que luego supe eran los exteriores de la embajada de Estados Unidos en Teherán. Mis padres no supieron explicarme bien qué pasaba pero, recuerdo como si fuera ayer, el rostro de Jomeini me daba mucho yuyu. Hasta que vi en un cine a Darth Vader poco tiempo después, para mí Jomeini era la personificación del Mal. Ni Lucifer ni mi encargado de curso: Jomeini, tío chungo donde los haya.


Probablemente, The Town: ciudad de ladrones, la anterior película dirigida por Ben Affleck, es una de las mayores sorpresas que me he llevado en el cine recientemente. Por esto, y por lo que os he contado al principio, mis expectativas a la hora de sentarme a ver Argo eran, cuanto menos, altas.

La verdad es que, incluso dejando de lado el argumento central, la película merece mucho la pena. Estamos ante un exquisito, minucioso y sentido repaso al backup setentero personal de Affleck y el guionista Chris Terrio. En cualquier detalle, ya sea la decoración de una habitación infantil (a la que se saca provecho en un epílogo que me produjo un éxtasis teresiano), fragmentos de informativos televisivos, elección de canciones, planos detalle de objetos, maquinaria, tecnología, vestuario. No hablamos de una correcta labor del diseño de producción. Aquí se ha querido ir más allá. Se ha pretendido, con éxito incontestable, pulsar las teclas de la nostalgia bien entendida. Solo así se explican las referencias a El planeta de los simios, Star Wars, Dire Straits o al periodista David Frost.

A esto hay que añadir la historia , basada en hechos reales, del rescate a cargo de la CIA de los funcionarios de la embajada norteamericana ocultos en la casa del embajador de Canadá y que se hicieron pasar por miembros de un equipo de rodaje en lo que se llamó la crisis de los rehenes, ocurrida durante la revolución islamista que derrocó al Sha, enfermo terminal, en 1979, cuando Jimmy Carter estaba a punto de abandonar la Casa Blanca.

Con un políticamente incorrecto prólogo, en el que se pone claramente en evidencia a la administración norteamericana por prestar apoyo al régimen de Mohammad Reza, Argo, con varias licencias dramáticas, no es sino un panegírico a agentes de CIA como Tony Mendez y su oculta labor en la resolución de entuertos organizados a causa de acciones previas de la propia agencia. 

Y Affleck lo hace bien. Francamente bien. Con un montaje primoroso y estética clonada de títulos referencia de la época firmados por Sidney Pollack o Alan J. Pakula. Su carrera como director, con tres notables títulos, nos deja la agradable sensación de que todavía tiene mucho y bueno que ofrecer.

Producida, entre otros, por George Clooney, Argo podría convertirse en una de esas películas recordadas no solo por sus mayores o menores virtudes cinematográficas, que siempre son discutibles, sino por estar dotada de ese "algo más" que transforma un título a priori del montón en un objeto de culto venerado por una legión de nuevos argonautas, entre los que me encuentro.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Bond se resetea

Se han dado varias circunstancias para que el estreno de Skyfall haya estado precedido de una expectación incluso mayor que en las 23 ocasiones anteriores. Por un lado, la crisis financiera de la Metro obligó a los gestores de la franquicia, Eon Productions, a aplazar más de un año el rodaje. Por otro, el 50 aniversario desde 007 contra el Dr. No (Dr. No) ha supuesto una campaña sin precedentes: lanzamiento de la colección completa en Blu ray, exposiciones o subastas. Por último, la aparición de Daniel Craig como Bond escoltando a Isabel II en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Londres, acontecimiento seguido por millones de personas de todo el mundo.



Pero crear expectación es un arma de doble filo. Baste recordar, sin ir más lejos, lo ocurrido con la anterior entrega, Quantum Of Solace (2008), decepcionante continuación del apasionante arco argumental abierto con tino por Martin Campbell en Casino Royale, una de las mejores de la saga.

En Skyfall, por primera vez, una película de 007 pasaba a manos de un autor, un cineasta con lenguaje propio con un Oscar en el curriculum, aspecto éste no relevante pero sí novedoso. Sam Mendes ha dado buenas muestras de que es capaz de sacar chispas a los repartos y alcanzar (casi) la perfección formal en títulos como la brutal American Beauty, la estéticamente impresionante Camino a la perdición (Road To Perdition) además de las estimables Jarheads o Revolutionary Road.

Pero si hay algo achacable al cine de Mendes es su frialdad. Aunque su filmografía desborda carga emocional, ésta no acaba de traspasar la pantalla, mantiene las distancias con el espectador, diluyendo el poso que deberían dejar las desgarradoras historias que nos había contado hasta ahora. Era previsible, por lo tanto, que con Sam Mendes en la dirección, James Bond afrontaría circunstancias personales trascendentales para el devenir del personaje. Todo ello sin perder de vista la esencia de lo que una película de 007 debe tener.

En un chat promocional, Mendes y Craig me respondieron a este respecto (el de cómo mantener la esencia de la saga) que "No creo que haya una respuesta sencilla, pero lleva muchísimo trabajo hacer algo que tiene un toque tradicional, que permanece, pero a la vez es moderno, buscando la originalidad. (Sam). En Skyfall intentamos mantener la esencia de Bond, pero de la manera menos obvia posible (Daniel).


Y, sin desvelar aspectos fundamentales de la historia, es hora de decir que misión cumplida. Skyfall no solo cierra magníficamente el camino emprendido en Casino Royale sino que coloca la barra a una altura difícilmente superable para el siguiente ocupante de la silla de director.

La balanza se inclina claramente hacia lo que funciona frente a lo que no. En el primer aspecto sobresale el guión de los habituales Neil Purvis, Robert Wade a los que hay que añadir a John Logan (Gladiator),que ya ha firmado por las dos siguientes, la bella, acertada, variada y espectacular fotografía del veterano Roger Deakins, sobresaliendo la secuencia que se desarrolla en un rascacielos de Shanghai, elegante, original, impresionante. La canción de Adele es, seguramente, de las más brillantes jamás compuestas para 007, acompañada de unos magistrales créditos que dan más pistas que nunca sobre el argumento. Una lástima que la correcta música de Thomas Newman no saque más provecho de ella en momentos clave. ¡Qué decir del reparto! Es difícil poder juntar a gente tan competente, cada uno en lo suyo. Dando por hecho que Judi Dench y Craig ya han hecho suyos sus respectivos personajes, consiguen dar forma a lo que hasta ahora era un esbozo. Inteligentemente, Javier Bardem ha sabido coger de aquí y de allí para dotar a su papel de villano de elementos distintivos con respecto a otros de la saga, sacando hasta la última gota de jugo a las contadas escenas en las que está en pantalla, de forma que Silva perdurará en el tiempo, ocupando la silla más cercana a la de Auric Goldfinger, Blofeld o Max Zorin (referente claro).

Skyfall cumple con el triple objetivo de entretener (a pesar de su metraje), dotar de una mayor tridimensionalidad a un personaje con 23 películas a la espalda y, lo que es mejor, dejándote con ganas de más gracias a un epílogo que hará las delicias de todos los que sentimos aprecio por James Bond que, afortunadamente, will return.




¿Una nueva esperanza? Cinco detalles sobre el acuerdo Disney Lucasfilm


Han pasado un par de semanas desde el pepino informativo: Disney adquiere Lucasfilm. Así, de golpe, sin filtraciones, ¡zas! en toda la boca y con Sandy pasándoselo chupi en Manhattan. ¡Toma perturbación en la Fuerza! A pesar de ello, la falla de San Andrés se mantuvo impasible.

Ya conoces las (obscenas) cifras del trueque, algunas reacciones e incluso las primeras confirmaciones oficiales de la segunda parte de la madre de todas las primicias: Habrá Episodio VII de Star Wars en 2015 (y nueva peli cada 2/3 años).

Antes de escribir esto necesitaba reposarlo. Mucho. Como tantos aquí y allí, más o menos frikis, parejas de frikis, iniciados o simplemente observadores distantes de las idas y venidas del universo galáctico, experimenté una sensación extraña al leer la noticia. No lo voy a negar, al principio me invadió una inédita mezcla de pena, rabia y excitación que pusieron de manifiesto lo que George Lucas y su obra significan para servidor. Por mucho que el raciocinio madure con el tiempo y sea capaz de relativizar las cosas, el corazón puede más. Mucho más.

Pero lo que en caliente se ve de una manera, en frío se puede ver de otra. Y es en uno de estos últimos momentos en los que estoy escribiendo.  Podría resumir todo este mejunje en cinco pensamientos en alto.


Una imagen vale más que mil palabras. La foto tiene algunos años.



1.Se veía venir. En los últimos meses, Lucas había manifestado en varios foros que lo dejaba, que a otra cosa mariposa, que, nunca mejor dicho: “hasta luego Lucas”. El origen de la decisión yo lo encuentro en las reacciones furibundas, viscerales a todo lo que proviene de Lucasfilm en los últimos años, particularmente la trilogía compuesta por los episodios I, II y III de Star Wars. Incluso existe un conocido documental de 2010 titulado The People vs George Lucas (El pueblo contra George Lucas) en el que diferentes voces admiten su devoción reverencial por el universo galáctico pero que sienten como una violación sin anestesia el resultado de las precuelas. Poco más o menos lo mismo se ha llegado a decir de la cuarta de Indiana Jones en South Park. Por no hablar de algunos de los retoques efectuados en la trilogía original con motivo de su lanzamiento en Blu Ray. La polémica por el tráiler de la peli de Mahoma es pecata minuta comparada con la que se lió con el “Noooooooo” de Darth Vader insertado en la escena culminante de El retorno del Jedi. Era como si Seth Green se lo hubiera propuesto como gag para Robot Chicken y Lucas dijera en plan Doc Brown: “¡Sí, buena idea! Así mantenemos la estructura espacio-tiempo”. Cual Calimero, el tío George, acostumbrado en otra época a encendidos elogios, respondió al New York Times hace pocos meses que se retiraba y que él no haría más películas de Star Wars porque, básicamente, le ponían a parir.
Cartel de Red Tails


2.Red Tails. Pero si lo anterior han sido pistas que han desembocado en el desenlace que ya conocemos, la gota que ha colmado el vaso ha sido Red Tails, una película de la que hemos hablado en este blog en más de una ocasión sin haberla visto y que, desgraciadamente, ha cumplido con todos los temores expresados ya hace meses. ¿Cuál es el problema de Red Tails? Dos palabras: es mediocre. Con todas las letras. Lucas se quejaba de que ningún estudio la quería distribuir ni en USA (la Fox finalmente se hizo cargo de ella pero todos los gastos se los facturaron a Lucasfilm) ni menos aún internacionalmente porque, decía él, era una película en la que solo salen negros, con lo que su venta es difícil. ¡Qué racista es el mundo, tío George! Mentira podrida. Naranjas de la China. La verdad es que su venta era misión imposible porque es mala, coño.  Hecha como hace cincuenta años en lo referido a guión, con chirriantes diálogos, malos muy malos, buenos muy buenos, estereotipos, o peor. La banda sonora del gran Terence Blanchard no encaja y los combates aéreos, su plato fuerte, eran más realistas en Pearl Harbor. Red Tails se mantiene inédita en la mayor parte del mundo y, haciendo cuentas, ha sido un mal negocio para Lucasfilm. Tristísimo epílogo cinematográfico como compañía independiente. Chiste fácil, un final negro.


Kathleen Kennedy
3.Kathleen Kennedy. El nombramiento en junio de este año de Kathleen Kennedy como co-presidente de Lucasfilm dejaba a las claras que Lucas iba en serio, que la empresa que había creado y dirigido durante más de 40 años (nació, como servidor, en 1971) cambiaba paulatinamente de manos. En un principio parecía que el cambio solo afectaba a quién manejaba el timón, no que iban a vender todo el barco. Claro que, bien pensado, no era lógico que alguien como Kathleen Kennedy, productora habitual de Spielberg desde E.T., más que establecida, con empresa propia The Kennedy/Marshall Company creada junto a su marido, el también productor/director Frank Marshall (saga Bourne, El sexto sentido, etc), quedara como títere de Lucas en una empresa sin proyectos cinematográficos conocidos, con franquicias más que lucrativas en punto muerto (Star Wars, Indiana Jones…), una buena serie animada en antena pero que encara su quinta temporada (Clone Wars), otra de acción real aparcada sine die por razones presupuestarias y la astracanada de Seth Green Star Wars: Detours. El resto es gestión de filiales reconocidas, referentes en su campo, como ILM (efectos visuales), Skywalker Sound (post producción de audio), Lucasarts (videojuegos), el idílico complejo que es Skywalker Ranch y las miles de licencias de merchandising. En principio, una labor no para una productora en activo (acaba de estrenar Lincoln de Spielberg) sino para un equipo de lumbreras en el terreno de las ventas y/o finanzas. Una vez sabido que Kennedy será la productora ejecutiva de la nueva trilogía todo encaja.



4.La sombra de Disney. La (discutible) reputación de Disney como empresa que infantiliza todo lo que toca, transformándolo en productos ñoños insuflados de moralina barata, orientados únicamente a la idiotización poblacional y a la venta de merchandising, ha sembrado cierta inquietud (por no hablar de miedo) entre no pocos sectores. Yo, honestamente, no pienso así. Ahora que estoy rodeado de infancia veo ciertas cosas con una mirada distinta. Detrás del cursi doblaje latinoamericano, canciones de dudoso gusto o lo edulcorado hasta la náusea que puede llegar a ser todo lo que rodea el mundo ideal que viven las princesas Disney, hay una innumerable cantidad de momentos cinematográficos magistrales, obras maestras imperecederas que han sobrevivido mejor que los demás el inefable paso del tiempo. ¿Acaso existe algún tierno infante que haya visto alguna película de los años 30 que no sean Blancanieves o Pinocho? Por no hablar de sus parques temáticos. Las cifras hablan por sí solas. A pesar de ser deficitario, Disneyland París es la atracción más visitada de la culta, elitista, moralmente superior y arruinada Europa. Y no será porque no haya cosas que ver, aunque sea solo en Francia. El imperio parido por el otro tío, Walt, ha sabido sobreponerse a dificultades serias, crecer y establecerse como, seguramente, el grupo de entretenimiento global más influyente del mundo. Y nadie está obligado a ver sus productos. Más bien lo contrario. De hecho existen respetables grupos que prohíben el contacto de sus hijos con cualquier cosa que huela a Disney. Quiero decir que entra dentro de lo normal que el universo Star Wars o el de Indiana Jones sean un tentáculo más del gran calamar. En realidad ya formaban parte de él en atracciones como Star Tours, Indiana Jones And The Temple Of Peril o el cortometraje musical en 3D, protagonizado por Michael Jackson, Captain Eo, co-producido por Disney y Lucasfilm.



Michael Arndt
5.El futuro. Las respuestas empezarán a llegar en 2015 pero yo estoy tranquilo, convencido de que a los que nos gusta Star Wars, aunque empecemos a tener una edad en la que ciertas demostraciones de alegría nos pueden acarrear imputaciones penales, tenemos fundados motivos para esperar que aquello que queríamos ver, más que cualquier otra cosa, desde 1983, fecha del estreno de El retorno del Jedi, llegará, a lo grande, dentro dos años. Lo hemos comprobado con Pixar y la magistral Toy Story 3 o la apabullante Los Vengadores (The Avengers) de Marvel. Disney quiere seguir ganando fortunas con su patrimonio. Debe asegurarse que su billonaria inversión en Lucasfilm vuelva en forma de billetes verdes, descargas legales y millones de figuritas de Han Solo con artritis, princesas Leia en rehabilitación o de Luke Skywalker transformado en primo de Jabba (a no ser que Mark Hamill se someta a la dieta del cucurucho). Dicho de otra manera, tienen que dejarnos con hambre de más a todos. A los fans originales, a los de las precuelas (que ya tendrán veintitantos y son los que ahora llenan las salas) y a las nuevas generaciones. Está claro que Darth Vader o el emperador Palpatine es difícil que vuelvan, John Williams podría, aunque es poco probable debido a su edad, componer la primera banda sonora, crear un primer tapiz de temas y dejar a otros como Michael Giachino (tiene todas las papeletas) que sigan su desarrollo. Luke, Leia o Han Solo harían las veces de Obi Wan o Yoda en las primeras películas, mentores de una nueva generación de atractivos mozos/as que recojan el testigo. Incluso pueden jugar con el indudable impacto de matarlos, asesinados vilmente por la reencarnación de los lores Sith. Siempre pueden colocar a R2, C3PO, Chewbacca, que no envejecen y dan mucho juego. En pocas palabras, tienen muchas cartas para jugar porque, por lo que se ha dicho, no van a tener en cuenta lo ya publicado y van a ser historias originales. La elección de Michael Arndt (Toy Story 3, Pequeña Miss Sunshine o Hunger Games 2) como guionista del episodio VII no hace sino confirmar que, seguramente, lo mejor de Star Wars está por llegar.



sábado, 6 de octubre de 2012

50 años y hecho un chaval


Ceremonia de Apertura de los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Para los anales de la Historia de la televisión. James Bond (Daniel Craig) escolta a la reina Isabel II (la auténtica) hasta un helicóptero, sobrevuelan el Támesis, llegan al estadio olímpico y monarca y agente secreto se lanzan en paracaidas. Esta escena ilustra a la perfección la trascendencia de uno de los mayores iconos británicos: Bond, James Bond.

Mi primera experiencia con él fue a los diez años, en 1981,con Solo para sus ojos (For Your Eyes Only). Teatro Buenos Aires. Como si fuera ayer. Flipé con todo, los créditos con la canción de Sheena Easton, el vibrante inicio (siempre he sentido cierta fijación no explicable por las escenas de hundimientos), la persecución por la pista de bobsleigh, la caída libre de Bond desde uno de los peñascos en el ficticio San Cirilo quedándose colgado de una cuerda, me enamoré de Carole Bouquet y, sí, Roger Moore me pareció que bordaba su papel. Serio cuando tenía que serlo, guasón, galán y con inmejorable planta.

A partir de entonces no me he perdido una, es más, las espero con impaciencia. Son como el vino. Conoces el sabor, sabes lo que es y por eso repites, pero admite miles de matices y, a veces, alcanza lo sublime. Esto último con dos películas: Goldfinger y Casino Royale.

No ha habido, ni habrá, una serie que alcance el medio siglo en tan buena forma. Por supuesto que ha tenido altibajos, un puñado de películas objetivamente malas (hasta esas me gustan), pero no es menos cierto que ha logrado retener una esencia que permanece en mayor o menor medida inalterable. Y ya van cinco décadas. Ahí queda eso. ¿Cómo ha sido posible? Se me ocurren varias razones:

El personaje: Independientemente del actor que lo haya interpretado, Bond, tal y como fue creado por Ian Fleming, es lo que a la mayoría de tíos nos gustaría ser: viril, canalla, con una txorba-agenda envidiable, presupuesto para gastos ilimitado y, encima, con licencia para matar, el segundo verbo de la primera conjugación que más usa.


Eon Productions: El hecho de que desde Dr. No la última palabra la hayan tenido las mismas personas, al inicio los productores Albert R. Broccoli y Harry Saltzman (hasta que éste último vendió su parte por problemas financieros tras El hombre de la pistola de oro) y posteriormente los descendientes de Broccoli, su hija Barbara y su hijastro Michael G. Wilson, ha tenido una influencia definitiva en la uniformidad, que no homogeneidad, de la franquicia. Vital.

John Barry: Nadie entiende a James Bond sin su música. Autorías del tema principal aparte (atribuída en su melodía básica a Monty Norman), John Barry creó a lo largo de once películas el Bond Sound, recogido posteriormente y adaptado a los nuevos tiempos con oficio pero sin alma por David Arnold (recomendado por el mismo Barry a los productores tras el bodrio compuesto por Eric Serra para Goldeneye).

Ken Adam: También Peter Lamont, su sucesor. Diseñadores de producción de cuyos rotring han salido los míticos decorados de buena parte de la serie, en su mayoría construídos en los estudios Pinewood de Londres, que lo mismo reproducían los interiores de la mansión de Goldfinger, las entrañas de un volcán guarida (Solo se vive dos veces) o un petrolero que se traga submarinos (La espía que me amó). Fusión mágica entre localizaciones reales y recreaciones de cartón piedra, sí, pero meticulosas hasta el último detalle.


Maurice Binder: O los créditos de una película hechos arte. Una recopilación de la obra de Binder para 007 es un catálogo de tendencias del diseño entre los 60 y los 80. Una vez fallecido, Daniel Kleinman ha seguido (incluso mejorado) el legado de Binder con despampanantes ejemplos como Goldeneye.

Las canciones: Una recopilación de canciones compuestas para Bond incluye a, entre otros, Tom Jones, Paul McCartney, Nancy Sinatra, Shirley Bassey, Madonna, Louis Armstrong, Tina Turner, Duran Duran, Carly Simon o Sheryl Crow. Sobran las palabras.

Las localizaciones: Además de postales desde los lugares más glamourosos del planeta como París, Las Vegas, Venecia, San Francisco, Cortina D'ampezzo, Estambul, Egipto o Mónaco, 007 nos ha acercado (antes de que el cretino ese de Ryanair inventara los vuelos "baratos") a latitudes inaccesibles para el común de los mortales como las Bahamas, Tailandia, Japón, Hong Kong o los Alpes suizos. Y Londres, faltaría más, mucho London.

Iconos: Volviendo a la psicología masculina, es difícil resistirse a iconos tan freudianos como una buena botella de Bolinger, un vodka martini, un Aston Martin, la pistola Walther PPK o el Omega Seamaster (antes Rolex).

También están las mujeres, por supuesto. Pero ha habido millones de guaperas en el cine que se las han llevado de calle. Bond ha sido, es y será bastante más que eso.

Sé que no es lo más cool pero MI James Bond es Roger Moore. Sarcástico, cínico con las gotas justas de tipo duro. No me puede caer mejor. Lo que verdaderamente ha perjudicado su carrera es que ni él se ha tomado en serio como actor, pero ha sido el que más veces ha interpretado a Bond, hasta siete, era la opción preferida de Ian Fleming (pero tuvieron que optar por Connery ya que Moore estaba comprometido con El Santo) y en su grupo de películas están algunas de las mejores...y de las peores. Cuando Connery retomó el papel en Nunca digas nunca jamás (remake bastardo de Operación Trueno), Moore estrenó ese mismo año Octopussy y le ganó la partida en la taquilla. Por supuesto que la carrera de Sean Connery está a años luz de la de Moore. Pierce Brosnan aunaba buenas cosas de ambos pero los guiones no pasaban del aprobado raspado. George Lazenby tuvo una de las mejores historias de la serie pero el hecho de que él pasara de puntillas por el personaje ha dejado a 007 al servicio de Su Majestad en un injusto segundo plano. Timothy Dalton no acabó de encajar del todo con el personaje ni tuvo tiempo de moldearlo. Por el contrario, Daniel Craig, hasta insultado cuando se anunció su elección, ha sabido dar el salto que el personaje necesitaba, a pesar de la decepcionante, mareante, Quantum Of Solace. Pero es que Casino Royale es un peliculón. Veremos Skyfall. Sam Mendes dirigiendo y el gran Stuart Baird en el montaje son una garantía.

A Bond le queda mucho por contar, y a nosotros por gozar. God Save Bond!!

jueves, 30 de agosto de 2012

Un buen plato de alubias

No sé a ti, pero a mí, de vez en cuando, me apetecen alubias. Bueno, no es que me apetezcan, es que quiero comer alubias, mato por unas alubias. Pero las de verdad, las de toda la vida, hechas en puchero y con toda la chacinería: tocino, morcilla,costilla, chorizo (aunque no me guste). Y me quedo más ancho que largo.

Es evidente que suena mucho más cool decir que lo que me llena gastronómicamente es una emulsión con no sé qué de qué sé yo que me descubra nuevos sabores, al alcance de los paladares más exquisitos, ir más allá del filete, del huevo frito, que me hagan sentir como si estuviera en un anuncio de desodorante Fá, en el nirvana o en San-Gri-Lah. Por supuesto, faltaría más. ¿A quién no le gustaría eso?

Pero ayer quería alubias y cuando uno quiere alubias auténticas, sé dónde encontrarlas. Fue en Los mercenarios 2 (The Expendables 2). Me apetecía serie B macarra, diálogos delirantes, tiros, explosiones, sangre, humor geriátrico y ver juntos en la gran pantalla a (casi) todos los action heros de mi cada vez más lejana adolescencia (en edad se entiende). ¿De qué va la película? ¿Acaso importa?.

Simon West (Con Air, La hija del general), que sustituye a Stallone en la dirección ha dotado de un ritmo frenético a un conjunto de set pieces y escenas de diálogo en plan quién la tiene más grande, donde cada uno tiene su momento de lucimiento, aunque la aparición de Chuck Norris o el tiroteo en el aeropuerto merecen mención especial.

Con un indisimulado espíritu autoparódico, discurso facha sin complejos, frases ocurrentes que funcionan en inglés (I declare you man and knife o Rest in pieces!), Los mercenarios 2 no va de nada, ni lo pretende. Solo da al espectador lo que busca, ni más ni menos. Como un buen plato de alubias, no es lo más sano, ni lo más recomendable pero, de vez en cuando, sienta de puta madre.

Trascendencia intrascendente

Ridley Scott siempre visualiza su próxima película con una imagen, un boceto. Uno solo. Desconozco cual ha sido el que imaginó para Prometheus pero es indudable que ha ido a por todas. Otra cosa es el resultado final.

A muchos que seguimos su carrera desde la magnífica Los duelistas (The Duelists) nos deja la boca abierta su capacidad casi infinita de crear secuencias apabullantes, de esas en las que el bicho cinéfilo que llevamos dentro patalea de puro placer, como aquella primera vez en la que, sin ser plenamente consciente, una película pasa a ser "algo más" que un par de horas entretenidas en una sala oscura.

La primera hora de Prometheus, vista en 3D en pantalla gigante, es un festival para los ojos, un alarde tecnológico pero siempre al servicio de la narración, acompañando al relato. El planteamiento de la misión, la presentación de los personajes y la llegada al planeta donde se puede encontrar el origen del ser humano, la respuesta a las grandes preguntas existenciales, me provocó en más de una ocasión ese placentero hormigueo o escalofrío que llamamos emoción. El diseño de producción es de matrícula de honor incluso sin ser totalmente original, ya que bebe en su justa medida de la enferma imaginación de H.R. Giger.

Ridley Scott y compañía se han empeñado en subrayar que Prometheus no es una precuela al uso, que no habla de Alien y sus secuelas, que es otra cosa. Cierto en parte, porque Scott también dijo durante la preparación del rodaje que la película giraría entorno a la figura del navegante que halla la tripulación del Nostromo en Alien, el octavo pasajero ¿quién es?¿cual es su historia?. Prometheus se adentra, a veces descaradamente, en los lugares comunes conocidos de las tres primeras entregas de la saga aunque da la sensación de que han puesto mucho empeño en disimularlo.

El problemamayor que yo he visto en la credibilidad que transmite el reparto. Aunque lejos del empaque de Sigourney Weaver, reconozco el mérito de Noomi Rapace a la hora de dotar a su Elizabeth Shaw de la intensidad requerida (sobre todo en la espeluznante secuencia de la auto-cirugía), a pesar de los esfuerzos en el guión en presentarla en las antípodas de la mítica teniente Ripley. Dificilmente me puede generar rechazo el personaje de Michael Fassbender, David, un androide obsesionado con Lawrence de Arabia, MI película, pero sale perdiendo frente a la gélida representación biónica de Ian Holm.

Charlize Theron me provoca toda clase de sensaciones positivas pero no me creo nada su personaje, y no es algo achacable a ella, sino al guión. Lo mismo le ocurre a Guy Pierce ¿no había otra forma de caracterizarlo como el anciano Peter Weyland? La tripulación del Prometheus dista mucho de la del Nostromo, asemejándose más a la versión bastarda de los marines espaciales de James Cameron (ojo, adoro Aliens).

El problema de esta película es el mismo que el de tantas otras de Ridley Scott. Te vas desinflando conforme avanza el metraje hasta dejarte decepcionado como poco. El último tercio recurre a tópicos narrativos, atajos tramposos para atar cabos sueltos siendo la última secuencia (que no voy a desvelar) un pegote digno del serial más barato. Lamentable epílogo para una más que notable película.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Sobre Tony Scott

Tras unas semanas inactivo, creo que es conveniente retomar el saludable hábito de teclear con un obituario de Tony Scott. Uno más.

No hace mucho, al terminar de ver Imparable (Unstopable,2010) me dije: "vaya partido que ha sacado a una premisa argumental de risa". No era la primera vez, pero sí la última.

A lo largo de la historia del cine han existido y existirán cineastas cuya obra fluye, como el agua de un río. Sin embargo, otras (obras) quedan embalsadas para su contemplación más o menos recurrente. La mayoría de las películas de Tony Scott pertenecen al primer grupo. Son de las que salías del cine con la sensación de que te habían devuelto el precio de la entrada y poco más. Pero, mirando por el retrovisor, veo que Tony tenía un oficio que rallaba la perfección y un estilo que ha creado escuela a pesar de que siempre aceptó deportivamente verse eclipsado por su hermano, con quien compartía largas charlas sobre cine y otras cosas.


Si hay algo que caracterizaba su imagen pública era una raída visera roja que aparece en casi la totalidad de fotografías suyas detrás de la cámara. Ridley me contó que, hace algunos años,mientras Tony estaba sentado charlando con el productor Jerry Bruckheimer, uno de sus perros, un pastor alemán, le arrancó la visera y la hizo pedazos. Bruckheimer mandó fabricar varias réplicas (me dijo la cifra exacta pero no la recuerdo), que son las que ha llevado desde entonces.

Cuento esto porque no se puede explicar la filmografía de Tony Scott sin Bruckheimer al tiempo que, reconozcámoslo, muchas de las películas parecían copias de sí mismas, particularmente en la última época.

Fueron Don Simpson y Jerry Bruckheimer quienes le dieron la oportunidad, bien aprovechada, en Top Gun (1986), un icono de la época Reagan que muchos se empeñan en reivindicar, no sé muy bien por qué. Con ellos hizo también un año después la secuela de Superdetective en Hollywood 2 (Beverly Hills Cop II), con la que me sigo riendo.

Bajo el mismo paraguas llegó la muy flojita Dias de trueno (Days of Thunder,1990). La siguiente década fue la mejor. Probablemente, la presencia de Gene Hackman en plena forma haga que adore Marea roja (Crimson Tide, 1995) y me lo pase en grande con Enemigo Público( Public Enemy,1998) aunque, a mi juicio, la quintaesencia del savoir faire de Tony Scott se encuentre en El fuego de la venganza (Man on Fire, 2004) su película más redonda.

Seguramente, Denzel Washington será quien (profesionalmente) le eche más de menos. Yo también. Tony Scott hacía tan bien lo que hacía que nadie (yo tampoco) supo valorarlo. No sé qué tenía en la cabeza para tirarse desde un puente. Quizás algún día nos enteremos, pero nunca he visto tanta información publicada sobre él ni tantos elogios como ahora. Triste. Muy triste.

viernes, 13 de julio de 2012

Back To MIB

Es uno de los mejores recuerdos profesionales que guardo en mi disco duro. Hotel Villamagna de Madrid, hace justo diez años. Tommy Lee Jones y Will Smith me vendieron Men In Black 2 a la perfección, dando juego, intentando agradar, simulando (o no) complicidad y naturalidad. Francamente, lo pasé muy bien.

Otra cosa era la película, mediocre, una burda operación de marketing que supuso un punto de inflexión en Hollywood. Muchos se llevaron las manos a la cabeza al ver que, antes de rodar un solo plano, Sony Pictures había invertido casi 50 millones de dólares. La mayoría para pagar a sus dos megaestrellas, su director (Barry Sonnenfeld), y el equipo que le acompañaba.

No es que las cosas hayan cambiado mucho en los despachos de los grandes estudios a nivel de mentalidad, pero viendo la calidad media de los blockbuster estrenados en los dos últimos años puede haber motivos para la esperanza. Men In Black 3 forma parte de esta lista...por los pelos.

Vaya por delante que, sin ser nada del otro jueves, al menos esta vez se han molestado en escribir un guión (en realidad, han sido varios los que han metido mano, pluma o tecla) que recupere la esencia de la película original, que no era para tirar cohetes, y a los comics creados por  Lowell Cunningham en los que se basaron. Una vuelta a la serie B, con elementos de comedia, pero con acabado de superproducción.Es obvio que a Sonnenfeld le venía de perlas un proyecto de estas características. Ha pasado seis años haciendo televisión, muy alejado de la primera línea. Casi lo mismo que le ha ocurrido a otro brillante camarógrafo que decidió pasarse a la dirección, Jan de Bont, que no rueda nada desde 2003.


Sonnenfeld me reconoció que, para él, la saga MIB es la forma de mantener un determinado nivel de vida. Así de claro. Por lo tanto, estamos hablando del vil metal, de la tela marinera. Y con eso no se juega.
Probablemente, bajando considerablemente su caché, ha conseguido que los ejecutivos de Sony den luz verde a una secuela diez años después de la anterior entrega, a pesar de que lo que está de moda son los reboots (del de Spider-Man hablaré en otra entrada posterior). O le han permitido a él dirigirla. Ambas cosas tienen su mérito.Una vez limadas las asperezas que (al parecer) se produjeron durante la (medio)improvisada gestación de MIB2, tanto Will Smith como Tommy Lee Jones dijeron que sí a cambio de un sustancioso cheque.

El esquema argumental es practicamente idéntico a las anteriores. Una amenaza exterior, Boris el animal, está a punto de acabar con nosotros, inocentes terrícolas que, sin saberlo, vivimos rodeados de extraterrestres camuflados. Independientemente de lo poco original que resulta el recurso del viaje en el tiempo, si éste se usa bien, funciona. Y aquí lo hace, aunque a distancias siderales de la entrañable Regreso al futuro (Back To The Future). En este caso concreto, el agente "J" (Will Smith) debe dar, literalmente, un salto en el tiempo para salvar la vida del planeta y, simultaneamente, a su compañero de fatigas y con sorprendentes consecuencias personales.

Aquí es donde MIB 3 tiene su interés. Han dado en el clavo a la hora de contratar a Josh Brolin para meterse en la piel del agente "K" con cuarenta y pico,  un arrugadísimo Tommy Lee Jones en su versión actual, cuasi geriátrica. El recuperar a Bo Welch para la muy vistosa dirección artística y mantener a Danny Elfman como compositor mantienen una coherencia estética que beneficia al conjunto. Aún así, es probable que la mayoría olvidemos esta película en breve, sin necesidad de neuralizador.

jueves, 14 de junio de 2012

Happy birthday Paramount


Uno de los grandes estudios de Hollywood cumple 100 años, un siglo de vida. Eso da para muchas películas. Además del logo conmemorativo de rigor y del relanzamiento de sus títulos clásicos en formato doméstico, el estudio ha organizado una de esas fotos para la historia en la que han reunido a todos los protagonistas de este siglo que han aportado algo al legado de Paramount, no solo actores, sino directores y productores. La lista es muy larga por lo que os recomiendo repasarla para jugar a cuántos rostros conoces. Es muy entretenido. Reconozco que he sido incapaz de identificar a muchos de los más jóvenes. Mal asunto. Pero también he echado de menos varios nombres. No sé si por problemas de agenda, de salud, o, sencillamente, porque no han querido estar.



A primera vista, he extrañado a Angelina Jolie, que protagonizó la saga Tomb Raider para Paramount. Brad Pitt sí aparece. Michael Douglas tiene vínculos con el estudio con títulos como Atracción fatal o Black Rain. Tampoco aparece el director de esta última, Ridley Scott, y sí su hermano Tony. He extrañado al productor de buena parte de los taquillazos de los 80, Jerry Bruckheimer (Top Gun, Flashdance o Superdetective en Hollywood) sin olvidarme del mítico Spock, Leonard Nimoy. Podría pensar en más nombres pero voy a dejarlo aquí, no sin antes mencionar a Francis Ford Coppola, Al Pacino y Robert Duvall. No entiendo Paramount sin la saga de El Padrino. Vale, aparecen James Caan y Andy Garcia pero...sólo por eso, esta foto, sin duda para la posteridad en el más puro estilo MGM, ha quedado coja. Una pena.

Si tuviera que elegir 10 películas de estos cien años me quedaría con: El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard), El Padrino I y II ( The Godfather I and II cuenta como una), En busca del arca perdida (Raiders of the Lost Ark), Sopa de ganso (Duck Soup), Duelo de titanes (Gunfight At OK Corral), La semilla del diablo (Rosemary's Baby), Psicosis (Psycho), El apartamento (The Apartment), El hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who Shot Liberty Valance) y Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany's).¿Las tuyas?

miércoles, 16 de mayo de 2012

El tío George contraataca

Para el colectivo geek que idolatra la figura de George Lucas, Skywalker Ranch es, desde su construcción, una especie de Graceland, el Shangri-La laboral de aquellos (miles) que decidieron dedicar su vida adulta a fabricar sueños para los demás después de ver alguna de las películas de Star Wars o Indiana Jones (no creo que con Howard the Duck), ya sea en Lucasfilm, Industrial Light & Magic (ILM) mítica empresa de efectos visuales o la no menos reconocida Skywalker Sound, referente mundial en la postproducción de audio, sin olvidarnos de la división dedicada a los videojuegos, Lucasarts, o a las películas/series de animación, Lucas Animation.

Un alo de misterio y morbo alrededor del complejo acrecentado por su ubicación, oculto tras varias montañas y cerrado al público. Acceder sin permiso al Skywalker Ranch debe ser parecido a colarse en Fort Knox.

La Fuerza, y los millones de dólares amasados en 1977 con la primera Star Wars, propiciaron que el tío George adquiriera una enorme finca situada, fíjate tú qué casualidad, en Lucas Valley, una zona cercana a la localidad de Nicasio, en el condado de Marin, perteneciente a la conocida como Bay Area, que rodea a la espectacular y muy cinematográfica ciudad de San Francisco.

Algunos pensarían que Lucas construiría su Estrella de la Muerte para alojar oficinas, estudios, platós o salas de montaje. Muy al contrario, su particular imperio de 19 km2 es el paradigma de lugar ideal para trabajar, rodeado de montañas, bosques, lagos y edificios, reconozcámoslo, diseñados con bastante buen gusto y que no desentonan entre el bucólico paisaje. Se abastece con los vegetales que crecen en su huerta, el agua corriente la extrae de la lluvia, la leche de las vacas que habitan en su cuadra, granero, etc..Por tener, hasta cuerpo de bomberos propio (ver foto) que presta servicio a las comunidades vecinas, si es necesario y viñedos que producen vino carísimo y escaso.

Pero no es oro todo lo que reluce. Como cualquier empresa de éxito, Lucasfilm ha ido creciendo, desarrollándose. Poco a poco, y tras largas conversaciones con las autoridades locales y las diversas asociaciones, se han podido dar pequeños pasos, construyendo los diferentes edificios del rancho. Aunque el símbolo más visible es la mansión victoriana de fachada blanca, que alberga las salas de reuniones, oficinas, pero también habitaciones, invernadero, y una espectacular biblioteca, existen otros más funcionales pero menos conocidos. Gracias a diferentes documentales o los making of, nos hemos podido hacer una idea de lo que es aquello.

El caso es que, en la década de los 90, Lucasfilm vio que para sus proyectos futuros necesitaba mucho más espacio, entre otras cosas para juntar la ILM, que estaba en San Rafael, con el resto de compañías. La oposición vecinal lo hizo imposible y no tuvo más remedio que trasladarla a la zona de Presidio en San Francisco, a pesar de que solo había construido en 15 de los 4.700 acres de la finca. Los frikis salimos ganando porque te puedes pasear por allí y sacarte una foto junto a la fuente de Yoda instalada en la entrada principal.

Ahora nos hemos enterado que la paciencia del tío George con sus vecinos se ha terminado. A principios de año, se anunciaba a bombo y platillo que Lucasfilm iba a construir, en unos terrenos no muy lejanos a la finca original, el Grady Ranch. Un centro digital integral en un imponente edificio (ver foto) con diseño, al menos en su fachada, muy similar a la espectacular mansión que el magnate William Randolph Hearst levantó en San Simeón, localidad costera californiana. Había promesas de centenares de puestos de trabajo y, una vez más, convertir al condado de Marin en uno de los puntos calientes de creación artística del mundo.

Aunque las autoridades aplaudían con las orejas, algunas asociaciones vecinales, que por allí están muy bien organizadas, han dicho que nones, que ni pa' tras. Las razones eran varias. Que si no les han dado tiempo suficiente para examinar a fondo el proyecto, que si iban a tener que excavar mucho para construirlo, que durante los dos años de obras empeoraría la calidad del aire, aumentaría el tráfico de camiones, ruidos varios. Le han calentado tanto al tío George que, muy educadamente, les ha mandado a paseo. Pero la cosa no ha quedado ahí. En una nota oficial, condena al condado a ser una ciudad dormitorio de San Francisco, sin posibilidades de desarrollo y creación de empleo, al tiempo que, y aquí viene la noticia, anuncia que lo construirá en otro lugar, porque Lucasfilm lo necesita para sus proyectos futuros inminentes, y que va a vender los terrenos a un promotor inmobiliario que garantice la construcción, ojo al dato, de viviendas para familias con pocos recursos que, en sus palabras, escasean por la zona. Toma ya. ¡Zas! En toda la boca. No solo va a hacer negocio sino que a los megapijos propietarios de Marin les deja una enorme urbanización que, a buen seguro, hará las delicias de aquellos que nunca habrían pensado poder vivir allí, debido a los precios astronómicos, al tiempo que devalúa las propiedades de los (en su mayoría) estirados opositores a su Grady Ranch. Eso les pasa por subestimar al Lado Oscuro.

martes, 8 de mayo de 2012

Y el cómic se hizo carne (y hueso)

Cada uno de nosotros tenemos una decena, por dar una cifra, de momentos imborrables vividos en una sala de cine. No necesariamente todos relacionados con la película que se proyectaba.

En mi caso, recuerdo como si fuera ayer un fin de semana de febrero de 1978. En el imponente patio de butacas del mítico y tristemente desaparecido Astoria de Bilbao no cabía un alfiler. Tenía 7 años cuando vi Superman. Tanto los créditos como la música de John Williams supusieron una especie de catarsis, un matrimonio sin bodorrio pero hasta que la muerte nos separe entre un crío y una forma de entender el arte. Estoy seguro de que a millones imberbes del mundo les ocurrirá lo mismo cuando vean Los Vengadores (The Avengers). Gracias a esta película, muchos se interesarán por Stan Lee, pero también en Moebius, Hugo Pratt, Hergé, Alan Moore. Incluso John Ford. ¿Por qué no?.



Con una estrategia clara y definida, los gestores del patrimonio artístico ideado por Lee, Ditko, y todas las mentes creadoras que han enriquecido el universo Marvel han ganado la batalla. Aquí, la amenaza no era Loki, sino la apatía, la piratería, el abandono de esa maravillosa costumbre de acudir con tus colegas, tu pareja o tus padres a un cine a pasar un buen rato, a dejarte llevar. En definitiva, a dar rienda suelta a eso que se llama fantasía.

Desde que decidieron convertirse en productora cinematográfica, aunque posteriormente fueron adquiridos por Disney, los que mandan en Marvel han ido estrenando a lo largo de los años diferentes títulos protagonizados por parte de sus estrellas (Iron Man, Hulk, Thor o Capitán América), con mayor o menor tino pero con un denominador común: la referencia, ya sea en cameos o escenas post créditos, a Los Vengadores. De forma inconsciente, se ha ido sembrando en el público que todo lo que te ha gustado de las anteriores lo encontrarás en una sola película. Así es.

Joss Whedon, como en su día Richard Donner, se ha ganado a pulso un hueco en el rarito pero noble corazón geek y en el de todos aquellos que hemos tenido una relación intermitente con los superhéroes. La tarea era complicadísima. Distribuir a un significativo número de personajes, cada uno con su importancia, sus seguidores, su estrella que lo interpreta (ego incluido) y darles un peso específico sin sacrificar al conjunto, a la historia. Todos tenían que tener sus momentos, sus escenas, sus one-liners. Misión cumplida. Es más, aprovecha las carácterísticas de cada personaje para provocar las carcajadas del público. Precisamente, una de las mayores virtudes de esta película es que sabe reirse de sí misma.

El mundo se divide entre Coca Cola y Pepsi, Cola Cao y Nesquick, DC o Marvel. Lo conseguido por Christopher Nolan con la excelsa El caballero oscuro (DC) podía haber obligado a los productores de la competencia (Marvel) a subirse al carro ganador, perdiendo su esencia por el camino. De hecho, es lo que le ocurrió a Sam Raimi con Spiderman 3 y decidieron (sabiamente) cortar por lo sano.

No ha sido así. Los Vengadores aprovecha al máximo las infinitas posibilidades que dan las nuevas tecnologías para fusionar de la mejor manera posible, sin complejos, el universo marveliano con el cine alcanzando el clímax en un plano secuencia (artificial) con todos los superhéroes luchando simultáneamente para salvar (por enésima vez) la ciudad de Nueva York y, de paso, al mundo entero. Lo malo, por decir algo, es que el listón ahora ha quedado muy alto.

viernes, 4 de mayo de 2012

Hambre de éxito

Parece ser, dicen, se comenta que la trilogía de novelas de Suzanne Collins, Los juegos del hambre, posee un magnético encanto para todo aquel que se zambulle en sus páginas. Un fenómeno literario comparable a la saga Crepúsculo o, en menor medida, a Harry Potter. A lo mejor es verdad. No lo dudo. De hecho, solo por conseguir que las nuevas generaciones sigan leyendo libros (o e-books), imaginando mundos fantásticos, identificándose con tal o cual héroe, en definitiva, descubriendo el relato mítico y gozando con él, bienvenida sea esta o cualquier otra saga.

El éxito incontestable de las adaptaciones de las sagas anteriormente citadas, despertó en los grandes estudios el hambre insaciable de derechos de adaptación al cine de todas las series literarias fantásticas habidas y por haber. Pero no es oro todo lo que reluce. Las crónicas de Narnia va a menos entrega tras entrega y otras fueron directamente fracasos, como La brújula dorada, Eragon o Percy Jackson. Aunque, siendo rigurosos, estas dos últimas eran menos ambiciosas en su propuesta.

Cuesta mucho sentarte en la butaca a ver una película como Los juegos del hambre (The Hunger Games) con la mente limpia. Que si 300 millones de dólares recaudados en USA en pocas semanas, que si lo mejor del año, bla, bla, bla. A estas alturas, tanto marketing viral, crónicas compradas o eruditos hablando aquí y allá me despiertan la mayor de las perezas.

Para empezar, no es para tanto. El veterano Gary Ross (guionista de Big), director de esa joyita llamada Pleasantville, ha hecho un ejercicio de buen gusto a la hora de trasladar a imágenes lo que a buen seguro es mucho más digerible en papel, pero, como ya han afirmado en infinidad de foros, no puedo dejar de pensar a lo largo de toda la película en otro título cuya huella persiste en mi subconsciente. La infinitamente más perturbadora Battle Royale (Kinji Fukasaku,2000).

A pesar de todo, resulta reconfortante que la chavalería tenga como referente cultural a un personaje como Katniss Everdeen (interpretada con la intensidad requerida por Jennifer Lawrence), un ejemplo de valores como la constancia, lealtad o integridad un tanto diluidos en buena parte de nuestra sociedad, cuya peor versión está reflejada aquí en la cosmopolita población de la capital de Panem, país que surgió de las cenizas de norteamérica y cuyo líder es el carismático Donald Sutherland.

La trama, llena de referencias a la mitología griega, gira entorno a un grupo de chavales de cada uno de los 12 distritos de Panem que son elegidos anualmente para participar en los Juegos del Hambre, un reality televisado en el que solo puede quedar uno en un combate a muerte.

Es obvio que nos encontramos ante un material con más chicha que la media, aborda temas como la libertad, el sometimiento, la codicia o el todo vale por un punto de audiencia. Otra cosa es la forma. Quizás la necesidad de un ritmo suficiente, coherencia en el relato y la inserción de las necesarias escenas de acción, hayan pesado demasiado a la hora de dibujar con trazo fino las entrañas de la historia, que las tiene. Es por esto que la película deja un sabor agridulce cercano al "más de lo mismo".

miércoles, 2 de mayo de 2012

El discreto encanto de la política

En el calendario romano el idus de marzo correspondía al decimoquinto día del mes de Martius. Los ides eran días de buenos augurios que tenían lugar los días 15 de marzo, mayo, julio y octubre, además del decimotercer día el resto de los meses del año. (Wikipedia)

Curioso título para esta estimulante película dirigida por George Clooney, quien poco a poco está construyendo una filmografía, delante y detrás de las cámaras, digna de un estudio pormenorizado, tanto por su criterio en los temas que aborda como en el clasicismo de sus planteamientos estéticos. Con el tiempo, Clooney acabará ocupando el terreno que pisa Clint Eastwood y, en menor medida, Robert Redford.

Los idus de marzo, basada en la obra de teatro Farragut North, nos introduce en el nauseabundo backstage de la política durante las primarias del Partido Demócrata, en las que los dos favoritos se disputan el liderazgo y su candidatura a la Casa Blanca en el estado de Ohio. Clooney da vida a Mike Morris, gobernador de Pensilvania. Su campaña está dirigida por Paul Zara (Philip Seymour Hoffman), ayudado por el joven Stephen Meyers (Ryan Gosling) quien ve a Morris como el hombre perfecto para convertirse en el próximo presidente de Estados Unidos.


La película ataca sin tapujos los trapos sucios de la política (no solo) estadounidense, desde la "venta" de votos para conseguir tal o cual cargo, las filtraciones interesadas a la prensa, las tentadoras ofertas para hacerse con los servicios de los asistentes de tu oponente o la doble moral e hipocresía que presiden las falsas y calculadas relaciones de los políticos que sueñan con trepar a la cumbre. No es que todo esto nos suene a nuevo o nos rasguemos las vestiduras. Sabemos que es así. Lo vemos todos los días. Eso no quita para que podamos ser capaces de quitarnos el sombrero ante la inteligencia de un guión bien estructurado y unas interpretaciones impecables sin excepción.

Se da la curiosa casualidad de que, por motivos profesionales, tuve bastante relación con el gobernador real de Pensilvania, quien, mira tú por donde, le dio por apoyar a Hillary Clinton en las primarias. El resto ya lo sabéis.

Battleship...agua

En 1998, Peter Berg presentaba en el Festival de San Sebastián Very Bad Things, una sobrada que tenía su punto al intentar emular el cine de Tarantino, con resultados más bien bufos pero que seguí con interés.

Su carrera ha seguido un curso irregular, alternando televisión con cine, labores de dirección con interpretación, hasta que en 2007 le brindaron la oportunidad once in a lifetime de encargarse de un producto mainstream protagonizado por una megaestrella como Will Smith, que venía de romper taquillas con la más que recomendable Soy leyenda ( I Am Legend, 2007). El resultado fue Hancock, película anodina que se sostiene en una curisosa premisa argumental pero que acaba aburriendo. Poca cosa.

Como la taquilla respondió (de hecho se prepara secuela aún sin fecha) Peter Berg quedó bien situado para nuevos proyectos palomiteros con presupuesto generoso. No llegó de inmediato pero ya tenemos el resultado: Battleship, uno de esos blockbusters que se sacan de la manga en Hollywood basándose en un juego. En este caso el que aquí conocemos como Hundir la flota. Vaya por delante que más allá del título y que, efectivamente, algún destructor queda tocado y hundido, el argumento no sigue (ni lo pretende) el esquema del juego.

Aquí, más bien, todo es una escusa para montarse una especie de Independence Day se encuentra con La guerra de los mundos con un toque Transformers.

Despliegue de efectos visuales de primer orden para contarnos la enésima invasión alienígena de Estados Unidos (aunque metan a otros países por eso del mercado internacional) que justifique el intachable comportamiento de su ejército, lo cool del armamento y lo chachi que es convertirse en un infante de marina con derecho a retozarse con la espectacular barbie-hija del gran capitán, interpretado con su habitual humanidad por el acomodado (e imagino que acaudalado) Liam Neeson.

Se hace larga, es monótona. La selección de canciones, eso sí, es excelente aunque poco currada. Ryanna, que no tiene un pelo de tonta, sale airosa de su paso por el ejército, cultivando su imagen de tía dura.

Poca cosa esta Battleship, cuyo guión hace aguas por los cuatro costados, pero que gustará al espectador medio. Es lo que hay.

martes, 24 de abril de 2012

El blanco y el negro


Ocurre de ciento en viento. Una película alcanza la gloria en la taquilla y el aplauso casi unánime de la sesuda e intelectualmente superior (al menos eso creen) crítica especializada. Que me vengan ahora a la memoria reciente, Cinema Paradiso, La vida es bella (La Vita e Bella), Full Monty, Amelie, o Little Miss Sunshine. Suelen tener en común que su presupuesto es escaso y las historias son dramas humanos, desde el confinamiento de un padre y su hijo en un campo de concentración nazi, fórmulas de subsistencia para un grupo de parados o una familia con todos sus miembros fatal de lo suyo que recorre medio país para que la pequeña de la casa pueda presentarse a un concurso infantil de mises.

Nada para partirse de risa, sí, pero la comedia está presente en todas ellas hasta el punto de que sales del cine diciendo que lo has pasado en grande, recordando gags memorables. Caso similar se dio en España con Los lunes al sol y, en menor medida, con Tapas.

Intocable (Intouchables) es una de esas películas. Sus protagonistas son un aristócrata tetraplégico (François Cluzet) y un lenguaraz parado negro en situación de exclusión social (magnífico Omar Sy) que entra a trabajar para él como cuidador y que acaba ganándose la amistad de su empleador y la complicidad del respetable.

Son muchos los estrenos que nos llegan precedidos de su éxito en las taquillas francesas pero, salvo Amelie y alguna otra, pasan sin pena ni gloria u obtienen resultados discretos. El caso que nos ocupa es distinto. Más de 300 millones de dólares recaudados y todavía no se ha estrenado en USA de manos de los hermanos Weinstein, dotados de un olfato privilegiado para esta clase de historias. Como la cerveza, donde va triunfa. No me extraña.

Seleccionada con buen criterio para la clausura del último Festival de San Sebastián, Intocable es lo que se llama una película redonda, que no perfecta. Olivier Nakache y Eric Toledano han dirigido su propio guión con precisión quirúrgica. El arranque es eficaz, con brío, necesario para engancharte a base de un chute de velocidad y que presenta de forma hábil a los dos protagonistas. Luego, el desarrollo bordea con milimetrado buen gusto y escenas desternillantes temas tan poco agradables como la exclusión social de las etnias minoritarias o la dependencia. Sin duda, el oropel que rodea al impedido Philippe, hace digerible para el espectador medio su insoportable realidad. A nadie se le escapa que no es lo mismo ser dependiente con posibles que sin ellos.

Lógicamente, a quien tenga (o haya tenido) a alguien cercano en circunstancias similares no le hará ninguna gracia más de un gag. O sí. Habría que preguntárselo. El caso es que yo me lo pasé francamente bien y, a pesar de pillar más de un truco, no exagero al afirmar que estamos ante una de las películas más importantes que se han estrenado en lustros.
Elliot Ness ya no está solo en el reducido grupo de “intocables”.

lunes, 19 de marzo de 2012

Un sueño cumplido

Te pongo en antecedentes. Biblioteca del Belfry High School, una diminuta localidad del remoto Montana. Era octubre o noviembre de 1988. Entre los muchos libros, revistas y tomos de Mark Twain o Truman Capote, encontré perfectamente alineados una serie de anuarios de tamaño manejable, pasta dura en tonos verde oscuro, en los que se recogía lo más destacado del año tal. En las páginas finales, todos incluían a los protagonistas de ese año, cada uno en lo suyo, bien en el deporte, la política o cualquiera de las Bellas Artes.

En el ejemplar dedicado a 1980 figuraba entre los elegidos John Williams, que había sucedido a Arthur Fiedler como director titular de la Boston Pops, una de las orquestas más conocidas de Estados Unidos. Debajo, una dirección de contacto. ¿Cómo?, me pregunté. ¿Estoy viendo unas señas a las que poder escribirle?. Conviene recordar que estábamos en la época pre Internet, cuando el género epistolar gozaba de plena salud. El caso es que en la casa en la que yo vivía estaban a la última y tenían un IBM de los de entonces. Ya que hacíamos las américas, pues le escribo la carta en un ordenador. Toma ya.

Fue el momento de dar rienda suelta a mi todavía pobre inglés y contarle al maestro lo que su música me había inspirado (no solo a mí) y darle no sé cuantas veces las gracias. Creo que le enumeré cada uno de los vinilos y casettes (alguno era copia) de mi colección. Imagino que la carta era una chapa del copón, pero allí que se la mandé, hasta Boston nada menos. Con sellos y todo.

Ya me había olvidado de ella cuando, a principios de abril de 1989, apareció en el mail box, que estaba pegado a la interestatal 72, un aviso de correos a mi nombre. No era una carta de mis padres sino un sobre certificado procedente de...Boston. Te puedes imaginar el sobresalto, el aumento de pulsaciones, la bilirrubina, adrenalina y no sé cuántas hormonas disparadas. Todavía conservo el sobre, la carpeta de cartulina amarilla y, por supuesto, la carta de agradecimiento de John Williams y una fotografía suya firmada que, más de 30 años después, comparto contigo.

He querido contarte esto para que entiendas el significado que tenía para servidor el concierto de la Film Symphony Orchestra que ayer presencié en el donostiarra teatro Victoria Eugenia.  Como diría Matías Prats padre, marco incomparable y una de las paradas de su maratoniana agenda. Se trataba del John Williams Tour 2012, la primera gira de este osado proyecto empresarial al que deseamos, como decía Indy en el Templo Maldito, fortuna y gloria.

A pesar de que habían anunciado lluvia, lució el sol durante buena parte del día. Me acompañaba Gorka, una de esas pocas personas en tu vida a la que puedes llamar amigo. Hemos crecido juntos, yo bastante más que él la verdad, y hemos compartido infinitas tardes de cine y nuestra pasión por las bandas sonoras. John Williams siempre ha estado allí. No estaba él solo, claro, pero ocupaba y ocupa un lugar especial. Muy especial.

Poder contemplar a toda una orquesta durante más de dos horas interpretando parte del inmenso legado de Williams era, antes de empezar, un sueño cumplido. Por supuesto que conocíamos el programa, sabíamos de antemano que la selección hubiera sido otra si la hubiésemos hecho nosotros, pero daba igual. Además, las tecnologías actuales, las redes sociales, nos habían dado la oportunidad de comprobar el potencial de la orquesta y sonaba bien. Sonó muy bien.

Con puntualidad, el concierto arrancó con brío, interpretando la fanfarria y el himno que Williams compuso para las Olimpiadas de Los Angeles de 1984. Ya quedó claro desde el principio que la única pega que se le puede poner al conjunto es su sección de metal. Puntualizar que cumplieron su cometido, a veces alcanzando la excelencia, pero también fallando algunas, muy contadas, notas. De hecho, se notaba que el repertorio ya estaba muy rodado y el sonido ha mejorado desde los primeros vídeos que he visto hasta el recital de ayer.

Bueno, ya habíamos entrado en calor.

Si hay una parte de la obra de John Williams que salió bien parada fue su monumental aportación musical al universo Star Wars. El primero de los temas interpretados fue el de la princesa Leia, del episodio IV. Ejecución brillante, con los tiempos medidos al milímetro por Constantino Martínez-Orts, director y alma mater de esta gozada. Solo un infinito agradecimiento personal  hacia el compositor , como el que sentimos muchos millones en el mundo, justifica lo que este hombre ha hecho. Espero que John Williams se lo reconozca. Si es en persona, mucho mejor, aunque por carta mola. Te lo digo yo, Constantino.

El concierto de ayer me sirvió, entre otras cosas, para apreciar mucho más los matices y la riqueza del trabajo de Williams para la primera entrega de Harry Potter. Un mundo maravilloso, el fragmento del score elegido, desplegó toda la capacidad del maestro para transmitir infancia, navidad, jovialidad e inocencia.

Bravo por la inclusión del tema principal de Las cenizas de Ángela, el dramón de Alan Parker, una de las muchas joyas desconocidas para el gran público. Ha tenido que ser hasta doloroso compensar los temas que todos queremos oir con aquellos que muestran mejor la calidad o complejidad en la composición, abundantes en su última época.

Llegaba de nuevo el turno de la pompa y circunstancia. El Patriota hizo sudar tinta china a los flautistas y quedó correcto con los arreglos introducidos. Este es uno de los temas, a mi entender, prescindibles.

Los últimos tres de la primera parte, para quitarse el sombrero. Sí, se le escaparon un par de notas al solista, pero el Cuento de Viktor Navorski de La Terminal quedó divertido y puso de manifiesto la dificultad de interpretar una pieza que, en disco, parece simple. Como la propia película. Nada más lejos de la realidad. Nacido el 4 de julio es una debilidad personal. Se me pone la piel de gallina solo pensando en la belleza de la sección de cuerda sacando jugo a una inspiradísma partitura. Creo que es de lo mejor que ha compuesto jamás. Antes del descanso, un indispensable. El tema de Supermán, literalmente, voló sobre el Victoria Eugenia a la velocidad del rayo con una ejecución sobresaliente, pero, siendo exigentes, mejorable.

Tras la necesaria pausa, en la que pudimos escuchar entre bambalinas alguna pista de los bises, otro de los temas, a mi juicio, prescindibles de la noche. The Cowboys es una obra simpática, disfrutable, pero poco más.

Conviene apuntar aquí que, para ciertas grabaciones, Williams se ha rodeado siempre de los mejores. Que quiere una armónica, llama a Toots Thielemans, un cello, a Yo Yo Ma y, si lo que hace falta es un violín, nadie mejor que Itzhak Perlman. Aunque el primer violinista erró, sobre todo al principio, salió más que airoso de la complicada interpretación de esa maravilla que es Recuerdos. Y es que, La lista de Schindler son palabras mayores.

Qué mejor que tener el corazón encogido para enfrentarte a una potente versión del temazo de Tiburón. Precisamente, este fragmento, junto al de The Cowboys, permitió comprobar lo que ha evolucionado la forma de componer deWilliams desde los 70 y 80 hasta la actualidad. Muy acertado el alternar épocas.
El concierto siguió con el inspirado tema de amor de El ataque de los clones, interpretado de manera impecable, al igual que la sintonía de la NBC, muy similar a la de Cuentos asombrosos.

El director ya ha dicho en varias entrevistas que ha pretendido hacer labor didáctica con estos conciertos. Ir más allá de las melodías más conocidas. Un botón de muestra fue la inclusión de Una vuelta por la Academia del score de El reino de la calavera de cristal, la discutida cuarta entrega de Indiana Jones. Música incidental para subrayar una persecución por el campus del Marshall College que pone de manifiesto el oficio del compositor de bandas sonoras, es decir, acompañar a lo que ocurre en la pantalla. A veces en primer plano y, como en este caso, en segundo. Algunos discutirán esta opción entre los miles de cortes a elegir en la filmografía de Williams. Yo creo que es tan válido como cualquier otro, y probablemente de los pocos con las partituras disponibles, que es un aspecto a tener en cuenta.

Llegó la hora del final (oficial). De nuevo Star Wars. La fanfarria de la entrega de las medallas del episodio IV y sus créditos finales. Lo que se dice un broche de oro. Ovación cerrada y varios puestos en pie, Gorka y yo entre ellos. A fuerza de aplaudir, Martinez Orts subió al podium y anunció el primer bis: la marcha de Indiana Jones. Un clásico pero que, nuevamente, flaqueó en la sección de metal. Más aplausos y bravos del respetable. La orquesta puesta en pie, con gesto impasible, esperaba las instrucciones del jefe, que entraba y salía haciéndose de rogar. Tocaba sudar para más propinas. Llegó el turno de...1941, discutible elección pero que seguía el tono marchoso y marcial del epílogo. El público entregado quería más, queríamos mucho más. Se escuchaban silbidos, pataleos que retumbaban en las plateas. Todo valía.

El esfuerzó mereció la pena. El director anunció que "para finalizar" un tema que "significaba mucho" para mucha gente. Y tenía razón. No se entiende un concierto homenaje a John Williams sin la marcha imperial de El imperio Contraataca. Colofón a una velada para recordar.

Pensaba que estas cosas solo pasaban en Estados Unidos pero estaba equivocado. Ya se lo he dicho a directores técnicos de orquestas, alcaldes y a quien me ha querido escuchar. El público de las bandas sonoras existe y el lleno de ayer en el Victoria Eugenia, o en el Auditorio Nacional de Madrid, son buena prueba de ello. Gracias Constantino por tu fe, empeño y talento. La orquesta sonaba a John Williams, lo que no debe de ser fácil en directo, y has (habéis) hecho felices a muchas personas.

Me faltó E.T, uno de los cuatro oscars de su carrera y, a mi juicio, fundamental. Pude compensarlo parcialmente telefoneando a mi caaasa y escuchando Adventures on Earth en el coche a todo volumen de regreso a Bilbao.

Durante la ovación del final, alguién gritó: ¡Viva John Williams!. Eso, que viva. 80 años no son nada.