lunes, 28 de noviembre de 2011

Unas botas de siete leguas

Una rectificación a tiempo siempre es buena. Había unanimidad a la hora de calificar de decepcionantes tirando a mediocres las últimas entregas de Shrek, particularmente Felices para siempre (Shrek Forever After, 2010). Una fórmula más que agotada que se salvaba del naufragio total gracias a escenas sueltas, muchas de ellas protagonizadas por el gato con botas.


No por casualidad, los ejecutivos de Dreamworks Animation ya vieron las posibilidades del personaje desde su primera aparición en Shrek 2 (2004) y decidieron lanzarlo al estrellato en solitario. El momento no podía ser mejor, con la franquicia original parada y la necesidad de crear una nueva que genere los suficientes ingresos para que el Consejo de Administración no se ponga excesivamente nervioso. De hecho, también están preparando secuela de la magnífica Cómo entrenar a tu dragón (How To Train Your Dragon) para 2014.

La clave fundamental del éxito del gato con botas es Antonio Banderas. Su pasado como El Zorro, su desaprovechada y desconocida vis cómica y, también, unos extraordinarios registros faciales hacen del personaje una sabia mezcla de elementos que pueden gustar tanto a los adultos como a los enanos de la casa. Al fin y al cabo, quien más quien menos o tiene un minino en casa o se cruza todos los días con algún arrabalero en tonos grises detrás de cualquier esquina.

Cogiendo lo que siempre ha funcionado de la saga Shrek: la mezcla de cuentos clásicos (Humpty Dumpty, Jack y las habichuelas mágicas o La oca de los huevos de oro) , giños cinéfilos (El Zorro está continuamente presente) y modismos actuales, el equipo liderado por Chris Miller (director de Shrek Tercero) ha sabido sacarse de la chistera un producto muy digno, con espectaculares secuencias (sobre todo al final) y con unos personajes secundarios que han entrado con calzador en una película para todos los públicos. Los grotescos Jack y Jill no sólo hablan en código adulto sino que son capaces de crear pesadillas a algún que otro infante, mi hija de cuatro años sin ir más lejos. Lo de la marihuana para tratar el glaucoma...en fín. Guillermo del Toro, uno de los productores, seguro que ha tenido algo que ver.

Por su parte, Salma Hayek pone lo mejor de sí misma para dotar de sensualidad a su latin cat, Kitty. Afortunadamente, y debido al origen de Banderas y Hayek, hemos podido disfrutar en castellano también de su talento. Algo que se agradece y mucho, particualrmente el exagerado acento andaluz del gato con botas. Seguramente, y por una vez, el personaje suena más divertido en la versión "doblada" que en la "original".

Las tres dimensiones están bien utilizadas, al igual que la música, otra pieza de reciclaje de aquí y de allí, con especial protagonismo a los temas que James Horner compuso para El Zorro. Sin alcanzar el nivel de Pixar, El gato con botas (Puss In Boots) cumple con el doble objetivo de colocar al personaje principal como estrella de un par de secuelas al tiempo que entretiene con una fórmula de eficacia probada pero a la que había que cambiarle algunos ingredientes.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Más que golpe cachete

Un tipo como Brett Ratner, capaz de poner a cantar a voz en grito Eres tú de Mocedades a un preso en el piloto de la excelente primera temporada de Prison Break ya me cae bien. No era la primera vez, también la incluyó en la banda sonora de Family Man, un drama familiar moralista heredero de los clásicos de Capra.
Otro motivo para mis simpatías por él son los innumerables comentarios, a cada cual más hiriente, vertidos contra secuelas que ha firmado, principalmente la tercera entrega de X-Men o Dragón Rojo, precuela de El silencio de los corderos. A ver, estando de acuerdo en que no llegaban al nivel de sus predecesoras tampoco estaban tan mal. Es más, Dragón Rojo en muchos aspectos es superior a Hannibal.


Ahora, Ratner nos ofrece un nuevo título de género que ni precede ni continua ninguna película anterior, lo que no deja de ser un alivio. Otra cosa es que sea original. Muy al contrario, Un golpe de altura (Tower Heist) intenta captar al espectador que echaba de menos “una de atracos” al estilo Ocean’s Eleven pero con toque social. Un grupo de empleados, encabezados por Ben Stiller, planean saquear la caja fuerte de la planta noble de la torre en el que trabajan cuando se enteran que el gran jefe (siempre es grato el reencuentro con Alan Alda) les ha estafado todo el dinero de sus pensiones. Para ello, solicitarán la, digamos, asistencia técnica de un locuaz ladronzuelo de poca monta interpretado por Eddie Murphy.

Precisamente, a partir de la aparición de Murphy, la película remonta considerablemente y aparecen los mejores gags, recuperando aunque solo sea en breves instantes al brillante cómico que es, y que creíamos desaparecido entre tanta basura infantiloide y vehículos de lucimiento cada vez peores. La última vez que disfruté con él fue en las infravaloradas Bowfinger y Condenados a fugarse (Life), ambas de 1999. Ha llovido.

Por lo demás, una película del montón que permite pasar un rato entretenido, recuperar glorias pasadas y poco más.